lunes, 21 de diciembre de 2009

Los órganos se acercan poco a poco a la atrofia. Ya el corazón no sabe si latir o descansar, ni los pulmones respiran el aire. La fecundidad incluso no encuentra ahora los cauces por los que discurrir. Alrededor silencio, mucho silencio y la espera como única arma para vencer. El hombre, como el desierto, esconde el agua y los depredadores sufren el calvario de la sed. El hombre, como el desierto, desmiente la realidad, distorsiona las imágenes y justifica la impotencia.
Desde el corazón, a golpes, bajan la angustia y la tristeza. En el borde del camino descansan un instante antes de emprender de nuevo viaje a cualquier parte. Un viaje a la deriva, un rumbo en busca de la brújula. Un desierto que cruzar sin más estrellas que los ojos abiertos y la intención de sobrevivir.
Ni melodías, ni compases con diminuendo, ni notas alterando la tonalidad prevista. El hombre, al fin, sabe que no descansa, el mundo que poseía se acerca a la nada y él, triste, se deja llevar. No quedan a veces fuerzas con las que proseguir ni se vislumbra el horizonte. Muchos, entonces, rezan oraciones a dioses con los que pretenden compartir la ilusión o con los que pretenden simplemente fingir. Pero el hombre, éste, no cree en Dios y por ello le castigan a pensar y no saber.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Otra vez ha salido sin cerrar la puerta.
Tanta prisa acabará sentenciándola al olvido.
Me parecía mas autentica
cuando se cepillaba el pelo
negro
pidiendo insistentemente en el espejo
el reflejo de su cara.
Otra vez ha salido sin cerrar la puerta.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Es curiosa la fijación que parece tener con ciertas palabras: ventana, sonrisa, escalera... Algún día conseguirá descifrar ese mensaje escondido en ellas. El profesor Freud o el mago de Oz le descubrirán los conceptos, traumas, posibilidades y silencios que vertieron en su mano cerrada. También mano, caricia, beso, silencio, silueta. Hay un algo especial de soledad que lo rodea todo. Y sin embargo no parece que exista tal sensación. Pero sí, la soledad existe, y el miedo, también el miedo, entre tantas bocas, ojos, manos...Siempre hay un poco de miedo, de indecisión y de persianas cerradas. Es una soledad sin combate, sin ejército, a veces sin ganas. Si sale a la calle (ya ves, calle) se encuentra con ausencias y miradas que pasan. En las calles siempre todo pasa como un coche de colores aparcado que ya no está. En las calles él también es parte de la existencia y la existencia existe por si. Un tanto laberíntico el silencio, la sombra, la duda y, más, son el sonido, el salto, la luz que trepa las paredes subida a lomos de la enredadera.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Lloran con toda su energía, mojan las calles y purifican el espacio, se obsesionan. El imperio se duerme mientras ellos alzan los brazos. Las masas se esconden detrás de los buzones. Al mismo tiempo el tren de las cuatro saluda, frente erguida, al Dios sol. Latigazo. Demasiada costumbre, demasiado debate y demasiadas siluetas. Detrás de los matorrales siempre se encuentra un pretexto para sobrevivir; a veces incluso la solución para el cosmos aquejado de "virus deficientes". Los reyes y las mazmorras juegan al póker mientras se descorren todas las cortinas para descubrir a los amantes agazapados en las esquinas, sus cuerpos desnudos y su deseo incontrolable. Los pecados capitales, sin duda.
De pronto sienten pánico, saltan, ríen, se abrazan. Cerveza de calidad. Puede oírse la carcoma, la ira de los dioses. Joven muerto en accidente de moto. Colores, sonidos, luego silencio. Los telescopios montan guardia.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Cuentan que ha sido una muerte dulce, tranquila, sigilosa. Se acostó a esperarla con esa sonrisa que ahora recuerdo. Ella vino despacio, se sentó a su lado y hablaron un minuto. Estoy cansado, le dijo. Colocó la mano fría sobre su frente. Descansa. Luego salieron juntos, sin hacer ruido.
Nadie esta presente el día de la muerte, probablemente ni uno mismo, pero es mejor creer que sí y tener pretextos para imaginar lo inimaginable, lo único, aquello que nadie puede compartir con nadie. El momento que se me antoja azucarado y que cada uno degusta únicamente consigo mismo.
Su recuerdo estará siempre asociado a una pequeña pieza de pan de trigo el día de Pascua. Tan poca cosa que parece imposible que pueda desencadenar recuerdos y sensaciones durante tanto tiempo inadvertidas, Una pieza de pan que esperaba como un tesoros. No había juguetes ni regalos. Había algo más importante, un reconocimiento de tu existencia, un decirte al oído: Pienso en ti. Sonreír y volver a vivir un año más.
Le recuerdo como romántico a su modo, capaz de empresas impensables. Innovador dentro de su tradicionalismo, defensor a ultranza de la familia. Especial.
Alguien en estos casos debería forzar los sentimientos para que salieran a gritos y no quedaran escondidos en el silencio. Reconocer que estas triste porque se ha ido cuando tu creías que ya no estaba. Se ha ido y te das cuenta de que queda un vacío, que querías haberlo visto otra vez, acariciarle la cara poblada de esa barba punzante con la que te encontraste la última vez que le viste, una de las pocas que le besaste desde que te calificaste a ti mismo de hombre adulto. Al final, en un segundo te das cuenta que estuvo ahí siempre, sin pedirte nada, solamente dispuesto y que sus riñas, su autoritarismo, no era más que un rol aprendido en una sociedad concreta. En el fondo padecía el cáncer del romanticismo; capaz de enamorarse de un árbol que había plantado su padre, feliz por que su nieto le cuenta un chiste, orgulloso porque le quieren…
Puede que con el tiempo cada uno elija el grupo al que sin querer estuvo queriendo, una familia. Y mi familia ha sido tan pequeña... Había otros, pero en el fondo no tantos. He amado a Candida, me parecía tierna, adorable, valiente; nunca he retenido nada de lo que de ella me contaban. Solo existían aquello que yo había vivido; solamente mi criterio, lo demás no importa. Lo he amado a él y me duele pensar que él no lo sabía.
Si yo pudiera creer en el más allá estaría seguro de que los dos están juntos, viviendo esa segunda vida, sonriendo y pensando en nosotros, en mi.
Lo seguro es que yo los tengo y me obligan a hacer y a pensar cosas. Me obligan a recordar a pretender revivir lo que ha pasado a lo largo del tiempo. Me obligan a reconocer que les quería desde mi frialdad, mi distancia y mi silencio.
Casi pierdo la ocasión de decirte cosas bellas. Estaba subido a un árbol en tu patio y pasaba el tiempo, como pasa siempre, silencioso. Afortunadamente he reaccionado y aquí me tienes mirando con descaro la puesta de largo de tu sonrisa. No me atrevo a decírtelo más alto, ni siquiera sé si quiero que lo intuyas, pero te sienta bien el tiempo transcurrido.
Amontonando recuerdos te presentas con un grito, con la velocidad de Bannister en las pistas de Oxford, y tu presencia pequeña viene a perdonar la ausencia de Frida en las paredes. Pero ni Bannister ni Frida podían imaginar como tu pelo lacio iba envolviéndose en dorados, como apartabas el aire buscando la alameda, como parabas el tiempo y lo parabas todo si la luna aquella noche te tiraba de la falda.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Después solo contactos de la piel. Brisas. Una hoja volando. ¿Recuerdos?. Hay un hombre siempre pensando en las aceras. Sirenas. Recordaré el color de tu vestido rojo. Subida a mi caballo. En la colina el peso de los ojos pesa. Abajo un río espejo espera.
Después solo contactos de la piel.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Cuando el niño destroza su juguete, parece que anda buscándole el alma.(Vitor Hugo)


He roto mis juguetes en busca del alma. Allí estaba, pequeña y quieta, pertrechada detrás de una brizna de hierba que por error vino a reposar en el la inquieta imaginación de un niño en ruta. El juguete sonreía como solo los juguetes saben hacerlo, con insistencia, sin acritud, con una sobredosis de afecto y de ternura.
Una rueda de madera sale corriendo, a cierta distancia, sin acercarse a la fragilidad de una hormiga que navega océanos sin agua. La rueda ensancha el horizonte, agranda el universo mientras el insecto, ágil, sortea el obstáculo que es una arena blanca, un resto de cuarzo desde el que emprender un viaje a lo infinito, surcando el mar brillante de un fragmento de mica que refleja las nubes en verano.
El alma del juguete observa y el niño observa porque tal vez él sea solamente alma si es que el alma es algo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

En la distancia reconozco el andar pausado de un hombre sin frecuencia. Mira sobre los cristales, recuperando el tesoro de la luz que necesita. Un hombre que al acercarse es aun más menudo y desprende mas ternura. Su Dulcinea espera y él le brinda la posibilidad de la locura a lomos del incansable Clavileño, surcando con el vértigo un cielo inmenso, sintiendo como el sol penetra por los poros, adentrándose en la fascinación y el reencuentro con lo que al fin es vida. Él sabe que la historia no tiene el final que escriben los autores, y que en cada capitulo se interpreta un fragmento de los sueños que son la vida. Ella, impregnada por el deseo de saber que la sonrisa esculpe los abrazos, se aferra a la cintura escasa del caballero insomne y vuela sintiendo la presión del cuerpo con el cuerpo. Clavileño sabe que ahora transporta la ternura tan alto como la ilusión decide y se interpone entre los monstruos y las esferas, recorre constelaciones espoleado por la brisa en amorosa danza con una cabellera larga, negra, sutil y frágil.

martes, 24 de noviembre de 2009

Sin verte te recuerdo porque la luz
salió desde tus ojos
para romper el muro de mi futura amnesia.
Te recuerdo en penumbra
pero sonriente.
Alta la mirada,
cayendo hasta mis ojos
con la expresión del tiempo dulce de los besos.
Recuerdo tu figura y la imagino blanca.
Y la percibo húmeda,
perdiéndose de amor entre mis manos.
Te siento en un abrazo y el cuerpo se estremece
con solo tu contacto.
¿Y el contagioso estar que la caricia invoca?
En las nubes dibujo tus rostros
y descubro que son todos mil lunas semejantes.
Todos suspendidos en el aire de una canción que invento.
Todos.
Me veo tan poeta
que soy capaz incluso
de crearte hoy mismo
partiendo de la nada,
depositarte a salvo en las praderas frescas del paraíso mismo,
verterme por tus poros
para que me poseas.
Y si al abrir los ojos no sé si has regresado,
me siento tan pendiente del desespero eterno
que quiero no volver a conciliar el sueño
por miedo a que se pierdan
los cálidos paisajes suaves de tu cuerpo

lunes, 23 de noviembre de 2009

Quiero saber que aun te acuerdas
pero dudo.
Dudo del aire que nos separa,
de la luz que no trasluce,
de todo este silencio
que al no saber si estas es tan tremendo.
Me gustaría perder un año
de mi vida en nada
para después pensarlo
y darte un beso.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Por razones de salud el insomnio ha desaparecido de mis contornos. Dentro de las coordenadas de la ilusión caben los momentos de vigilia, aquellos que conllevan la necesidad de callejear en busca de una mata verde de musgo en la piedra dormida de la catedral en trance. La inquietud desaparece cuando por fin alargas el brazo, extiendes los dedos y palpas la suave rugosidad de sus pistilos. Entonces es mujer y se despierta embriagada del éxtasis que extrae del sueño inevitable.

domingo, 15 de noviembre de 2009




En la comisura de los labios apareció la humedad como expresión de la necesidad. Las intermitencias del tacto desposeían al aire de su densidad e increpaban a las esferas en un deseo apresurado de detener el tiempo. Dejarse llevar por la corriente como defensa no evitaba la exclamación y la súplica. Luego vendría la ternura y con ella la oscuridad de los parpados apretados y las manos aferrándose a la piel. En la brevedad del suspiro se decantaba el vino de las emociones. E = mc2. Tal vez así descubra que un segundo de placer equivale al placer total del universo.

sábado, 14 de noviembre de 2009

En algún momento,
en las intermitencias sensibles de los ojos,
cuando la falta de luz
modifica equinoccios
y transporta los silencios,
las fachadas oscuras de lo inesperado
ruedan:
Solemnes monumentos,
confusos argumentos que justifican
la diáspora
o la huida,
la insatisfecha transigencia de quien rige
el constante giro de los astros.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Cando te atopo deitada na praia, vexome percorrendote ate saciarme de ti. Observo como te atraen as ondas e algunha geivota merodea o teu redor, na tua defensa. Aprousimome paseniño, con recelo e vexote mirarme. Sinto o dardo dos teus ollos clavarse no meu corpo pra logo recollerse e perderse de novo no horizonte dun mar azul con barco ao fondo. Adiviño o teu calor porriba da area e recreome en aventuras, sonos e fiestras ao infinito que, unha vez desposuidas da miña dose de fantasia non son mais que balados a saltar, obstaculos prematuros a un desenfreno sin proieto, causa nen futuro. Detrás de ti, sobrepondose ao aire, hay nenos que xogan e me ouservan ouservarte. Unha nube enluta o uneco raio de sol que te alumbra. Un soplo de vento arremolina o teu cabelo no desorden e ti perdeste confundida coa area.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Despacio. La impaciencia provoca ansiedad y recelo ante el camino por recorrer cuando las curvas son dulces.
Silencio. Antes incluso del último desacuerdo sobran las palabras que no han de ser oídas, las de diccionario frágil.
Y así, en la vorágine del desencuentro con la primavera aparecerán los trazos imprecisos de lo que ha de acontecer. El hombre con sombrero sabrá discernir y el recuerdo formará parte de la indecisión en la que se vierte el inconsciente.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

A modo de Intro

Hace dos millones de años que el género “homo” circula por las calles naturales del planeta. Habilis, Rudolfensis, Ergaster y Erectus se confabularon para, de un mínimo salto, apoyando sus manos en la espalda de Preneandertaliano, presentarse antes de ayer, doscientos mil años, como representante superior de la última casta en forma de “Homo Neandertal” y después en “Homo Cro-Magnon”. Antes, mucho antes, el Australopitecus miraba de frente no sabía qué.
Por alguna razón, el Asutralopitecus Africanus se negaba a bajar de las ramas y miraba desconfiado a su izquierda (para él no existían izquierda y derecha) por donde el Parantropos aparecía pícaro y ligeramente erguido, pero con esa tendencia a la caída que la gravedad adosa a los cuerpos. Lucy, sin embargo, como buena Austro Aferensis gozaba de un desparpajo inusual en la época, y es que, cuatro millones de años atrás, en los telediarios no aparecían aquellas tendencias referenciales.
Es llamativo que los cuatro hermanos “australo” tuvieran inclinaciones tan diferentes. Así el Africanus no bajaba del árbol y Lucy perseguía al Parantropos Garhi, el Ramidus desertaba y el Anamensis pedía ayuda a los homo que casi tres millones de años después miraban a otro lado.
Los Parantropos por su parte, dividían sus aspiraciones de forma más simple, podríamos decir que supervivencia pura y dura. Garhi huye de Lucy por miedo, aunque no estuviera del todo probado que Lucy tuviera algún interés depredador, más aún a juzgar por su cintura estrecha y armoniosa, fruto seguro de una alimentación vegetariana, bulbos y vallas tan abundantes entonces. Boisei y Robustus, sin embargo habían descubierto la difícil supervivencia de Africanus fuera del árbol y se aproximaban sigilosos pero decididos en espera de la noche que les brindaría la posibilidad de la caza. Aun sin ser homo, ya habían descubierto que, en el fondo, la supervivencia es cuestión de cacería.
Desgraciadamente para todos ellos, han llegado los homo, resueltos, serios, recios e invulnerables. Habilis y Rudolfenses emprenden el camino en busca de la erección total, sin que ello tuviera nada que ver con la turgencia. Erectus, por su parte con sus movimientos en círculo pretende apoderarse del ajuar bélico de Ergaster, más pendiente del camuflaje de pre Cro.Magnon, agazapado detrás del seto y observado por Cro.Magnon, el sapiens. En este punto Neandertaliensis gira sobre si en busca de un poco de historia que lo mantenga en la línea sucesoria, pero Sapiens acapara la escalera y se apodera de la evolución. Misteriosamente Pan, el chimpancé, y Gorilla se han mantenido a su lado, sin miedo y a su aire.
Después de todos ellos, cambiando su carné de identidad pero no la foto, aparecieron seres menos importantes, y no hablo ya de arquitectos y doctores fieles compañeros de Tutankamon, no, menos. Aristóteles, Platón, Séneca, o, porque no, Sartre, Rosseau, Marques de Sade, Ortega y Gasset, Lorca ….

El sabio intentaba identificar la especie con la pasión del artista frente al lienzo y hallaba definiciones inaplicables a la generalidad. Parecía que Homo no era más que una suma indefinida de homos pequeñitos con los ojos cerrados, la boca abierta y la mano en amenaza.
El sabio empezó a analizar entonces las individualidades. Abrió el cajón y encontró a Jackson Pollock y aquello del dripping. Pudo haberse encontrado con Picasso o Dalí. O también con Miguel Angel, Donatello, Goya, Sorolla o Tapies. Pero era Pollock, goteando insaciable sobre la tela extendida en el suelo, luciendo su media calva y fijos los ojos en la gota que caía. Tras él, detrás del armario, apareció Lederman, el viejo Leon Max y su “ípsilon” . Pensó en la tristeza de descubrir que la “belleza” no era más que un número cuántico en el que perder la imaginación. Tenzin Gyatso abandonando el Tibet con una lágrima, una sonrisa y la mano en paz. Nixon, Márquez, Juana de arco, Ronaldinho e Isabel II.
El Sabio descubrió pero no supo. Faltaba el intento por pasar desapercibido, la piel rozada por el viento o el silencio en el momento exacto. En su tubo de ensayo fue vertiendo los líquidos precisos, aderezándolos con las palabras claves: hombre, mirada, gesto, íntimo, mano, día, aire…y todo el abracadabra que sólo los sabios poseen y de los que se valen para saber lo inaccesible, lo imposible y lejano.
Del humo salieron unos ojos pendientes y una sonrisa que apenas tuvo tiempo de caer y ya había sido recogida en un cántaro blanco, reservada para el experimento final. El sabio, sentado, recordó aquel día de molinillos en los rápidos del arroyo y los árboles frontera del río. Supo que estaba a punto de descubrir al hombre. Su mente corría, en su imaginación lo veía andar, subir las escaleras, parar frente al estanque y mirar el horizonte. Era pequeño, suave, y a la vez fuerte y generoso. En sus bolsillos guardaba el secreto para convertir lo cotidiano en excepcional, lo racional y lógico en banal e innecesario, lo insignificante en vital, la lluvia en fuente fresca, el miedo en sorpresa y algunos silencios en armónica canción de tiempo detenido. De sus labios salieron flores recién regadas y un olor a menta con limón fresco y reconfortante. De una sonrisa puede salir todo eso, puede venir acompañada de lo inimaginable, casi de lo sublime. Es contagiosa.
En aquel pequeño tubo aparecieron entonces historias contadas, cuentos de caballeros quijotescos y bailes nocturnos en la hoguera. Aparecieron olas de mar cabalgadas por peces juguetones, cristales de colores invitando a mecerse en el arrullo de un momento de calma. Aparecieron esferas gigantes y un racimo de frutas salvajes colgando de los dedos blancos y pequeños, marcando el tiempo y absorbiendo lo que quedaba de día antes de que fuera tarde.

El sabio supo de pronto. Sin descubrir supo. Y no pudo olvidar, ya no quiso olvidar.

Y ella, en el olvido dejó el corazón. Atravesado en medio del camino, incapaz, resignado. Las ventanas atenazan la mirada si detrás solo queda el frío y los caminos agitan las sombras cuando florece el silencio. Los piquetes acuden pero no remedian, solo el paso del tiempo los hace imperceptibles. La mujer. La vieja.
Los años son un escenario donde se desarrollan las más bellas escenas, las emociones más fuertes, los silencios más largos, los sonidos profundos, las batallas, los sueños... El teatro personal sin el cual que no podemos existir. Los años no son el tiempo que pasa, son el tiempo que vuelve, un segundo perdido deja paso al nuevo segundo que lo recupera. Los años, puestos en fila, son el ADN real de la mente, la savia que circula por el tronco hasta las hojas que son los gestos, las miradas, las pulsaciones del corazón... Los años tienen por costumbre apoderarse de quien los cumple, con tanta fuerza que casi se olvida de si mismo y todo es tiempo en suspensión. Son amables, traicioneros, sinceros, suaves, caprichosos,... depende del momento, las temperaturas o el color de pelo del vecino del cuarto. Los años se suben a la espalda y cabalgan largo trecho, por selvas, playas y prados junto al río. Los años son el teatro personal al que solamente uno mismo puede asomarse, el que tiene siempre las entradas agotadas, el verdugo del aburrimiento. Con los años surge la necesidad de la calma, el silencio, la mirada perdida.

Telas negras sobre cabellos blancos. Rostro sereno, casi ausente. El sabio la vio acercarse sin ceremonias, lenta, entera. Los sabios, a veces, sienten miedo de su sabiduría y se refugian en descubrimientos nuevos. Recurren a lo posible para negar lo cierto cuando hay riesgo de dolor. Telas negras. Si pudiera recogería de la lluvia el agua que me pides para llenar tus ojos de lo que falta. El sabio reconoció, pero no supo. Era un sonido leve, lineal, tímido, que recortaba el aire.

Y sobre el aire aparecieron estructuras capaces de sobrevivir. Rectas y curvas en combinación perfecta recortando el paisaje. ¿Para que sirve el paisaje? El hombre que reía tenía el paisaje en ausencia. El hombre que reía no tenía paisaje.
El sonido sólido de los cinceles hiriendo la piedra, las manos asiendo firmes martillos y buriles, los ojos atentos y la mente dispuesta. Moisés surgiendo de la nada con el brillo blanco. Cuando de la mente se escapa un pensamiento el aire lo recibe alborozado, intranquilo, como un niño en carrera. El niño tira piedras al vacío, a la oscuridad, desde el aire. Locomotoras, transeúntes, la parábola perfecta del objeto que salta. La ciudad tiene un viaducto metido en el bolsillo capaz de descifrar la ecuación fantasma que el sabio recompone en la memoria. La ecuación de lo posible, de lo imperfecto, la que un día quiso perpetuar incógnitas y se precipitó. Te redimo de la posibilidad de no ser pero te espero después de haber cruzado un río de melodías. Luego descubro que ya es de noche y percibo la brisa en la cara, en el breve instante anterior a la parábola que describe la roca en el espacio.
El sabio y la vieja, sonriendo, rozando las yemas de los dedos en el aire, el del viaducto. Lejos luces y pájaros durmiendo. Hay un recuerdo al que agarrarse pero hace frío.

martes, 10 de noviembre de 2009

Mantova

Desde el principio la carne fue carne y los restos de pétalos adheridos a los cuerpos rememoraban las sensaciones vividas al calor del volcán, en Laetoli. Los aromas confundidos perduraron en el tiempo trocando la animalidad en pretexto.
Una lluvia fría mojaba la pasión mientras las cenizas escribían la historia. Él y ella como un acorde menor sin resolución. Los ojos y las manos en competencia con la risa que intentaba existir. El más pequeño mirando el abrevadero antes de reanudar la marcha en dirección norte, en busca de la tribu.
En Laetoli las rocas se impregnaron de la sensibilidad propia del animal en celo que aun no sabe de la historia ni cree en la posibilidad del eslabón. Cuerpos enmarcados en el paisaje como razones para la subsistencia. Cuerpos poseídos por la desesperación del deseo que luego fecundaron y, de regreso, procuraron no saber.
Con la noche desempolvaron la sonrisa y la llevaron al rincón donde reposan las emociones. Allí soñaron un sueño de animal en calma y esperaron el frío que mantuviera intacta la necesidad creciente de un abrazo a oscuras.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Las piedras en el fondo,
luna que no mira,
mano que se acerca,
fuente en el camino que riega los helechos.
La inocencia sobre una cima
blanca
de nieve.
La alfombra del otoño en los zapatos
apresurando el soplo
inesperado de aire
difuminando sueños,
dibujos sin contornos que medir,
discontinuas expresiones
con las que mantener en vilo
las ganas.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Era
pero sin razones para el desconcierto
sin cálculos ni medidas,
arropado por el imperativo
de describir la noche que ha pasado
en círculos con manchas en los bordes.
De regreso en el camino
palomas descansando
y entradas,
y salidas,
cuerpos aferrados a las flores,
encuentros.
Él era
como son las palabras que se dicen
en voz baja y de cerca
los días más pretéritos
asomando la luz por las ventanas,
faros necesarios del encuentro.
Él era y sonreía
después de haberse visto en retirada
y regresar cansado a recostarse
en la cintura frágil,
en la caricia leve
del mar
en pleno invierno.

martes, 3 de noviembre de 2009

Este sol o la forma de mirar en la distancia. Regreso de un dialogo informal con el demiurgo y me presento ante la puerta central del cosmos con la duda incipiente de mi reinserción. Intransigente, me dijo, en invierno y sin sombrero que evite las cicatrices del sol en la piel. Y sin embargo no he recobrado el pánico a la cobardía ni la angustia del sin saber. Debería recordarlo ahora que me invade la quietud de la niebla como un fotograma revelador del niño que sigo siendo. Y del recuerdo deberían surgir astros con bufanda en los que involucrar las ideas. Astros como palomas que atraen los presagios. El demiurgo entonces dejará de ser principio para regresar a los manteles blancos en los que el vino desempolva la desgana y la recubre de brillos que la aíslan. Estaré frente al espejo y subirán pupilas a ver que ocurre. Las manos quietas y el aire escaso.

sábado, 31 de octubre de 2009

Abismos

Abismos en que adentrarse, reacción imprevisible al rapto de sirenas. La oscuridad no es, desde ahora, ingrata e invencible. Un punto de luz al fondo, detrás de la puerta que imagino cerrada y en cuyo picaporte descansa la mano como una caricia en sombras. Cuerpos femeninos cabalgando caballitos de mar en un solsticio. Miradas devorando la curvas que no cesan. Con un guiño me dijo ven y estaba sola.
Dentro, desesperado incluso, el pecho se contrae y se dilata, el ritmo cobra fuerza y se detienen los relojes observando desde cerca las pasiones que repiten la estridencia de los gritos con los que ahuyentar el frío.

jueves, 29 de octubre de 2009

Como consecuencia de las horas transcurridas quedan a veces los reflejos del cansancio en las arrugas de la piel. El hombre, si navega, sabe que los horizontes se mueven y se alejan si te acercas sin que por ello se haga imprescindible desistir del intento siempre lícito de avanzar.
Despega pues el hombre del velódromo improvisado de la imaginación para reencontrarse con el pretexto de sobrevolar los paisajes que los reflejos de luz insertan como perlas en el collar que es la ilusión. En el aire se contagian las emociones y ocurren, no sin deseo, encuentros entre seres antagónicos que buscan, sin que la búsqueda signifique otra cosa que no sea la constatación de la necesidad, el hueco por el que mirar, desde el que percibir el impulso de regresar. Es entonces cuando repara en el horizonte y la distancia.Desde la altura todas las caricias son iguales aunque la racionalidad lo impida. El hombre, si navega, es capaz incluso de describir parábolas allá donde no existe más que un punto

miércoles, 28 de octubre de 2009

Algo inútil

Ha de ser algo inútil, pero no por ello inservible, el hecho mismo de su inutilidad nos ha servido de pretexto. Todos coincidimos, seguro, que no hay nada inútil, que depende del momento, la persona, la necesidad, las ganas. He intentado encontrar lo más inútil, he pensado en una piedra, un cristal, una bolsa rota e incluso a José Luis tocando la guitarra, pensamiento que de no ser por su sentido del humor habría acabado provocando una huida.
Al final he decidido regalarte lo que tienes en la mano: Nada. Y no porque sea inútil, sino porque permite convertirlo en aquello que tu quieres. No es nada en sí, ni siquiera es la nada es, mejor, el vacío. Porque en el vacío no hay nada aunque la nada no sea vacío. Y si la nada es inútil, no así el vacío. El vacío es aquello que aparece si no estas, aquello que queda cuando te marchas y no vuelves. No sé si es inútil pero ha de ser, en todo caso combatido, evitado, reprimido. Te regalo el vacío para que lo llenes, para que lo alejes si te alejas y así no quedarme yo vacío en espera de tu regreso, así estar siempre pendiente de tu vuelta, incluso con frío.

sábado, 24 de octubre de 2009


Es posible que desde el último pensamiento hayan ocurrido acontecimientos que, si bien pudieran parecer insignificantes, se corresponden con las expectativas que relacionan la experiencia propia con la creación de una personalidad social a veces no valorada en su justa medida. Las aglomeraciones que provocan la morbosidad de ciertos temas contribuyen únicamente a esclarecer las razones que, de alguna manera, constituyen el norte ficticio de la colectividad. La literatura, el arte en si o la creatividad que mana de las plumas prodigiosas o las manos artesanas queda, en muchos casos, eclipsada por el tema/pretexto. Si el artista, el creador, opta por una línea argumental que le permita desarrollar su teoría de la vida, la aglomeración, como tal, interpreta el argumento como tema único y se desmarca de lo importante.
Trajes largos y brillantes, flores en el ojal y un hombre tratando de crecer.

lunes, 19 de octubre de 2009

Estaba oscuro. Se presentía el silencio. Quiso recomponer un pasado que sobre su espalda mantenía todo el peso de lo inolvidable. Recordó a Simón. Lo vio tan cerca que pudo respirar con él, acompañarlo cargada con el viejo transistor, insistente, plagado de pegadizas melodías y las confundibles señales horarias. Sin darse cuenta sus manos intentaban resucitar algo más que un personaje, una historia, una vida en la que muchas otras descansaban. Simón no solo centralizaba los recuerdos sino que con su porosidad era capaz de absorber las ilusiones, los deseos, los falsos recuerdos, los sentimientos, la noche incluso ahora que aparecía señorial y desmedida. La presencia de Simón le daba seguridad, casi ambición, pero sobre todo mucho deseo.
La amiga Parker corría y de sus entrañas brotaban las miradas necesarias para volver atrás.

"Tengo frente a mí la fotografía de Simón y no sé que me dice.
Los recuerdos se han borrado. Me viene a la memoria, no sé si cierto, una puntualidad extremada a la hora de comer y por supuesto la sidra con gas en botellas verdes y caja de madera. Mirando su fotografía me esfuerzo en encontrar un timbre de voz o una expresión que me acerque otros recuerdos pero no aparecen. Tengo la sensación de haber sufrido la amnesia del tiempo, de que hay visiones del pasado que no me pertenecen, de experimentar en mí la fugacidad de las sensaciones. Pero me niego a ser indiferente. Bien. Está apoyado en el hórreo, las manos sobre la madera reseca y arrugada. También él me parece reseco y arrugado, cincelado por el paso de las brisas que traían noticias que olvidar. Pero esa es solo una sensación nacida de la ignorancia, del deseo, tal vez. La expresión de su cara me parece triste aunque en mi memoria no exista esa tristeza. Es más bien una expresión de soledad encubierta, matizada por los ojos ausentes, como guardando secretos en el bolsillo interior del abrigo. El cabello era blanco encima de las orejas y, a medida que ascendía, aquella montaña iba volviéndose más oscura, abandonando el brillo plateado para convertirse en terreno fértil sobre el que sembrar los deseos. La mirada en otra parte, en aquella otra parte que todos ocultaban. La cara relajada.
El cuello embutido en la camisa, abrochados todos los botones.
¿Qué piensa? Miguel podría contar muchas cosas de Simón, el primo Miguel. En su voz a veces aparecen nudos que le impiden hablar. Él hizo la foto, lo miraba a través del visor, la cámara asida con firmeza, el ojo izquierdo cerrado y el universo entero esperando un clic definitivo, que retuviera para siempre el sentimiento escondido de Simón. Miguel podría contar lo que yo no puedo ver en un papel manchado. Pero Miguel no cuenta, su silencio es la carga de lo vivido, lejos, en el mar del olvido deseado, donde no hay madres que perder, donde las olas se llevan la pena que nunca has querido mostrar, donde se purifican las lágrimas que se esconden detrás de la mirada.
Mirándolo sé que quiero desnudarlo, pasa el tiempo y no comprendo que le falta y que le sobra.
El transistor de Simón distinguía entre dos tipos de noticias, las radiables como la construcción del muro de Berlín o que el bailarín Nureiev se pasaba a occidente en las que se extendían y recreaban y las que se callaban, las más: El fracaso de la expedición anticastrista en Bahía Cochinos, el vuelo de Gagarin a bordo del Vostoc I, el lanzamiento del Twist por Chubby Checker o la constitución de la Unión de Fuerzas Democráticas, opositoras al franquismo. Mirándolo bien el transistor de Simón era un perro fiel de compañía, también de compañía fiel.
Salvable, por supuesto, la historia de Huget, la rica francesa a quien las ondas radiofónicas habían convertido en amor inimaginable de Simón, sustituto de aquel otro que el tiempo le había arrebatado y había guardado en su recuerdo ajeno a esta otra vida.
En silencio, Simón, piensa. Alicia estará instalada con un hombre fuerte, trabajador y blanco. Quiere creerlo. Es incluso probable que le hubiera olvidado o que no quisiera recordarlo más. A fin de cuentas había huido y las huidas son como relatos de terror de los que no queremos seguir hablando, que nos dejan en el cuerpo secuelas incurables y acaban por olvidarse por una necesidad vital de hacerlo. Quedaba a cambio aquel refugio en la radio, el parte de las doce, la novela de las seis y una espera interminable y sin sentido.
De cerca a Simón le pesaba la mirada y las manos se refugiaban en la ausencia, con la sonrisa hacía guiños a la distancia y guardaba muy para sí los recuerdos, secretos custodiados debajo de unas cejas grandes y plateadas con las que esconder lo más personal, lo que la sospecha desestima.

Era poco probable que la radio nacional diera noticias como la manifestación en la Habana contra los EEUU en enero del 61. No estaba seguro de haberla oído o de querer oírla. Pero a fin de cuentas ¿qué provecho sacaría él de noticias de ese tipo? El grito parturiente de su madre se había confundido en la distancia con las consignas de Martí, contundentes, en la constitución del PRC . Ese mismo grito había salvado todo el océano para ser testimonio de la declaración de guerra de USA a España, intentando ser garante de la independencia de Cuba. Había sido un grito de rabia, de poca esperanza, con miedo a lo desconocido y cansancio de guerras. Tenía seis años cuando los cruceros “Maria Teresa”, “Vizcaya”, “Colon” y “Oquendo” se lanzaron en llamas a estrellarse contra las rocas ante el fuego americano. El no lo sabía, pero esa era la razón por la que embarcó por primera vez. Por el fuego.


Simón viajó por primera vez a cuba en el veintiocho. En Camagüey compartía casa, más bien choza, con Eladio. Se dejaba llevar por la experiencia de su compañero. Eladio había llegado a Cuba en el veinticinco. Un año en la Habana y se trasladó a Santa Cruz del Sur, frente a los Jardines de la reina, coincidiendo con la apertura de la Central de Santa María. Después de la fundación de esta fábrica empezaron los cierres. En la ciudad de los Tinajones llevaba apenas seis meses. La reducción de la zafra propuesta por Verdeja nunca había sido un obstáculo para los emigrantes gallegos, tan acostumbrados al trabajo duro y las condiciones precarias. El colono les había concedido el derecho de uso de una las sus cabañas. Era un privilegio que pocos entendían y que Simón nunca quiso descifrar. Tal vez la hija del Mayoral compartiera el secreto con Eladio o, quizás, no había secreto.
El mar devolvió un día a un hombre en cuya sonrisa se dibujaban los trazos de una culpa. Traía un silencio anudado en la garganta y una lucha interior que ninguna de las cartas evidenciaba. Ya en casa una mujer menuda le acercaba el vino y el pan. Le miraba e intentaba no inculparse por tanto tiempo de silencio.
Desde tu partida no he sabido escribirte

No he querido dolerme con tu recuerdo

Del carbón a la plata y de ahí a la nieve
(Trocado el carbón en plata y luego en nieve)

Te has colocado en las antipodas de tu correcto paisaje


El puño levantado cayendo sobre el barro

¿Por qué si ha amanecido no he vuelto a recordarte?

El arbol viejo que tiene el corazón en suspense

domingo, 18 de octubre de 2009

Llora si así consigues que mis ojos no se aparten de tus lágrimas,
si con ello provocas la emoción temblando entre los dedos,
si llegas a las nubes y desde allí
en un reflejo transparente
vuelves a la tierra, a poseer el encanto de las mariposas.
Llora porque habrá un rincón donde te espere
para llorar contigo la sin razón del llanto
para volver despacio
a la caricia,
hacia el abrazo
al beso
y a la nostalgia:
solo necesito un pretexto
para el desenfreno.
estoy aquí
me voy allí, donde estas,
donde hay primavera y flores grandes,
donde cantan pájaros,
donde la locura se mezcla con el placer,
donde tu rostro risueño me atrae,
donde quiero verte a contraluz,
donde caen hojas sobre tu pelo y se convierten de pronto
en suaves maravillas
bajando por tu cuello,
rodeando tus senos,
descubriendo tu cintura y bajando por tu pubis al frescor de los tobillos.
Iré allí y estaré quieto
viéndote pasar,
sintiendo que te encuentro en el laberinto verde
donde me he perdido antaño,
donde quiero que descubras
la verdadera duda
que mi cabeza esconde.
Allí, donde sentiste
el deseo feroz de aniquilarme
para llevarme siempre
sujeto a tu cintura,
allí donde si puedo descansaré del día
con el tacto suave de tu piel en mi boca
allí me iré si quieres
y cuando vuelvas saldré gritando
a verte
subir por la escalera,
entrar por la ventana,
mirarme muy despacio
y acariciarte el pelo.
Me gusta tu sonrisa
estoy loco
de atar.
Átame si quieres con tus brazos
así seré el esclavo
de lo que tu mas quieras,
de lo que yo ya quise
y nunca me ha sobrado.
Voy a seducir a quien me mira:
la mujer,
la luz,
ese placer prohibido que casi desespera.
Voy a aparecer con el sigilo
de las noches tranquilas,
voy a seducirla toda
porque merece
de la belleza
todolo que darle pueda
voy a verla llegar con un suspiro tal
que de los dioses merecería ser doncella.
Voy a llevarla lejos, para ser suyo apenas un instante
y si se deja,
la besaré en los labios
muy despacio
para que parezca solo
una mentira.
Se hizo el silencio y esperan todos.

sábado, 17 de octubre de 2009

La sensación a veces me remite a la ausencia
y la ausencia al miedo
y el miedo a la nada
de la oscuridad vacía.
La noche y la tormenta
como pretextos de vida
para saberse heridos
de un arma invisible.
Sentencias que caen sobre el pecho blando
de quien apenas sabe
ni siquiera pretende.
Aire viciado, manos heladas
que cuando se agarran fuerte
se alejan del cuerpo.
Ansias de una alba con pompas de jabón
que en el recodo verde
de aquel camino eterno
quedaron recluidas para la eternidad.
Y el hombre supo que los corazones mienten
cuando acercó la boca y el agua no manaba.
El hombre es laberinto de su razón escasa
es cascada viciada de un río sin tormentas
y sabe que no tiene mas tiempo desde ahora
para sentir que corren vientos en su norte.
Se desahoga siempre en su delirio
y vuelve a retener el hálito que exhala
para que ya nadie sepa
siquiera en un segundo
que hay pieles que se rompen,
miradas apagadas
y un hondo suspiro en la penumbra
camino de su casa.
El mundo a veces es pequeño, otras inmenso,
de lo sublime a lo caótico,
de lo sutil a lo burdo:
la eterna dualidad para la vida y la muerte.
Mejor el silencio para conseguir la calma.
A veces pasa.

jueves, 15 de octubre de 2009

De la soledad

Si la razón me dice el momento de la aventura, la sin razón me vuelca en ella. Y quedo así sumido en la más profunda de las dudas. En el sí o el acaso. Una forma de estar perdido dentro de la apariencia de fuerte y vital.
Las soledades son, a veces, una forma de ser. También necesidad. Incluso pretextos para vivir. Las soledades son lo que queda después de que la sin razón me lleve a la duda. En ellas olvido mi dialéctica y escondo mi sonrisa cuando no se si seguir o regresar. En las soledades, las que quedan después de que desvelas el misterio.
Tengo en la soledad, a la vez, el enemigo y el amigo más incondicionales. Me hace naufragar para luego rescatarme y pretende de mi lo que yo no sé si puedo. En la soledad me escondo cuando tengo que llorar, porque también los fuertes lloran y sienten placer, y euforia que contagian a quienes le escuchan.
En mi soledad hay agujeros negros capaces de devorarme entero, pantanos profundos y selvas intransitables como avenidas rotas de ciudades monstruo. Hay cacerías y órganos vitales afectados. Deseos interrumpidos por lo que ya no queda. Es mi soledad y con ella avanzo hacia donde creo poder rescatar el paraíso que sin duda existe.
De la soledad salen los criterios que perduran y los contenidos amorosos con los que disfrazar la dicha. De ella aprenden los transeúntes a prever el futuro y despejar el presente. Con ella se acuestan los creadores, ejecutivos y curas, prostitutas y conserjes, ministros y viandantes.
Mientras permanezco aquí: perdida la mirada y el corazón muy lento. Esperando. Sintiéndome ausente del contexto. Sintiendo que me faltan las comillas que me aparten de la idea inicial. Permanezco alerta, con la inseguridad de los que ya no saben cual es su función en la cadena.
Una historia de amor es solo un verso. Si lo escribes corres el riesgo de perder la historia. Por eso yo quisiera prolongarlo tanto en el tiempo que fuera eterno. Disfrutarlo hasta el fin. Sentir que no se acaba y cada palabra es otra caricia. Un verso incapaz de dormirse, indestructible, casi animal. Y así, una historia nada fugaz; un deseo reprimido de mantenerse a flote y saberse correspondido.
Pero siempre surge la duda. Aquella a quien los filósofos atribuían el poder real. De la duda sale el conocimiento. Dudar para saber. Pero en mi la duda no es sino la mas infame forma de indecisión. La duda me trastorna y me atenaza. Me siento, con ella, como individuo desencajado en camisa de fuerza, con frío. La duda me tambalea y caigo como las hojas de otoño. La duda es la sentencia de un silencio aterrador.
Y después de la duda siento un vacío. Se me rompe el cuerpo y las palabras, entrecruzadas en mi garganta, ahogan el deseo de decir y ya no puedo ni seducir ni ser poeta. Me lleva a laberintos de los que no se salir y me coloca en medio de un desierto sin sol.
De mi locura queda entonces solo el deseo de no llorar y la agonía lenta de quien esta perdido.

martes, 13 de octubre de 2009

De regreso a los sueños corro el riesgo de no entenderlos. Hay noches ensimismadas con la idea de desestabilizar las corazonadas. Imágenes alborotadas con el fin único de diseminar las ideas que van configurándose como una pared alta en construcción. Son noches que, en contra de la seguridad y la creencia, repercuten de forma directa en el día, y ocasiona vientos y algunas lluvias que nadie más aprecia. Es imperdonable la inestabilidad en la cubierta.
El lugar, como siempre era extraño. Catres alineados pegados a la pared, debajo de la escalera. Rostros detenidos. Falta de sonidos. La razón no asimila las condiciones ni sabe muy bien de donde procede el desasosiego. Parece que todo es aceptable por la condición misma. La comprensión como excusa del comportamiento.
Reconozco que las imágenes no solo me impactan en la noche sino que además se apoderan de una parte de mí escondida en el cajón de la cómoda aunque sé de antemano que sucumbirán, que no tienen futuro. Tal vez son simplemente las frutas y manjares que decoran los manteles sobre los que reescribir historias.

martes, 6 de octubre de 2009


De regreso encuentro el espacio oscilando entre la desnudez y la falta de luz. Esquinas verticales viciando el aire que ha de sucumbir a la presión de los dedos mientras los ojos recorren la última división de la distancia. Pasos cortos avanzando hacia el vértice insalvable. Las manos extendidas. La oscuridad en frente. Soy hombre con sombrero y despierto de lo insaciable en mi regreso a lo visible. Debería pretender no estar tan lejos, ser más preciso, saber que el mundo no es ya una esfera sino la cumulación de trazos multidireccionales imposibles de seguir. Aquel azul que lleva a la hipérbole de la risa se cruza sin reparo con el rojo, más dilatado, más personal, menos exacto, con intención inequívoca y apresurada de pretender el frescor de un río en sombra. Tal vez entonces piense que hombre y trazo son sinónimos y complementarios, rutinas de un mismo universo en cambio, deseos de estabilidad en el maremoto que provocan las mentes frente al misterioso mar de la existencia.
Dios no siente la necesidad de ser perfecto, el hombre la ha dotado de inmunidad y él se manifiesta omnipotente. Pero el hombre ha decidido interrumpir el flujo de corriente y la máquina divina se acerca al pánico. Una línea interrumpida que no conforma ya la esfera.
El espacio oscilando y en el péndulo el deseo de redescubrir lo que me acosa. La necesaria suma de deseos y el rumbo marcado en pergaminos grises, sobre un fondo de mar con algas que incita al naufragio de las flores.

domingo, 4 de octubre de 2009

Ellipsis

En el interior de la ellipsis no quedan partículas de aire a las que asirse. La constante no es vital, es reflejo del giro desesperado de los ojos que oscilan entre los focos dibujando señales de alerta en fases cortas. En plano, como un océano sin olas y dos barcos incubando estelas circulares que al alejarse regresan a la costa quieta y al sonido interpuesto.
En la ellipsis no hay espacios por llenar, ni volúmenes, ni las mentes corren riesgo de rondar el desequilibrio y la sobredosis. Solo superficie sobre la que dibujar lo inesperado, en la que construir senderos de ida y vuelta indispensables para no perderse en la incandescencia fugaz de una luna llena que se esconde al paso de las nubes.
En la ellipsis se incrementa el riesgo de nudo en la garganta y aparecen dudas sobre las que debo decidir sin estar seguro de la necesidad que intenta sentarse en mi ventana, la visión en niebla de mi desnudez a solas.

miércoles, 30 de septiembre de 2009


Regresan las naves pero el corazón se queda. La isla lo retiene y se apodera del ritmo que mantiene la vida en sobresaltos. Naves ligeras con la mirada en retroceso, la mirada de quien aun no han llegado, de quien asume la distancia como método para el sentimiento. En pleamar nacen historias.
La estela no está en el horizonte. Allí quedan las velas imperceptiblemente quietas y, en ellas la distancia por recorrer y el hombre que desde lejos asaeta el viento con palabras intensas, onomatopeyas del pasado servidas en copas finas que asisten al banquete de los dioses.
Regresan las naves y el argonauta queda a la deriva en tierra, con el silencio encadenándose al pie derecho, con la mano cubriendo el sol un poco menos y el rito de la vida sobre la espalda. Hombre con flores en el pecho. Reencuentro de espacios. Imperturbable y rítmico latido que todo lo amenaza

lunes, 28 de septiembre de 2009

Acércate. Tengo para ti un sol gigante. La esfera perfecta en la que recoger tu pelo. Acércate pero despacio, con calma. No me despiertes del sueño que continua. No traigas la luz que borre la imagen que de ti tengo. Permite que respire el aire que a tu paso dejas. Y siéntate a mirar como desgrano la espiga de mis dedos perdidos en tu cabello.

Ven. Trae la flor que adorna tu ingrávida inocencia aunque no creas. Trae la flor y adorna mi cabeza con su presencia. Ven despacio, sin prisas, saboreando lo que ha de venir, que yo te espero.

Mírame. Asómate a mis ojos. Pon tus pupilas en las esferas húmedas de aquellas mías. Mírame en silencio. Y si ves que no he llegado espera.

Espera porque vendré cansado de querer. Serán preciso siglos para el regreso. Necesito planetas que me recojan, galaxias que me arrullen, meciéndome en la luna.

Ella estaba en rojo, como la pasión. Como el delirio. La mano en el pecho asiendo la esperanza. Era fugaz, volátil. El corazón en el pecho rítmico y limpio. La luz en el pecho. El pecho en el pecho.

Ella cruzó la calle tan despacio que el aliento parecía mucha prisa. Gastó los ojos observando la prisa que cedía. Unos ojos grandes en reposo sobre el cristal opaco de su cara.

Él. Acusaba el cansancio de los días perdidos. Temblaban en su pecho tres corazones grandes. Pasaban las imágenes por él como estrellas fugaces por el cielo.

Él supo que la distancia le arrebataba el grito. Pensó. Y no pensó. Un pájaro grande, una gaviota, dejó sobre la arena la ultima noticia. Llovía. Pasaba el tiempo, era de noche. No tengo prisa, tampoco frío.

Te vi llegar a la deriva y esperaba. Muchas músicas, muchos colores. He perdido el reloj de bolsillo en una selva y el tiempo se ha quedado en la chaqueta. Mama tiene la cara pegada a los cristales. Estoy mirando. Dame la mano.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

A veces veo venir el tiempo y lo espero sin resignación. Con ansia. Lo veo acercarse como se acercan las cosas que no nos pertenecen. Y trae recuerdos que nunca he sospechado, con pantalones cortos y árboles altos. El tiempo en medio de la ingravidez que me rodea es, a menudo, la razón última por la que sobrevivir. Convertirlo en pasado cuando aun es futuro es la fórmula mágica para retener el presente y no sucumbir a la historia.
Cuando llega lo siento a mi mesa, al tiempo. Y le sirvo en manteles y loza fina; frutas y verduras que cambian de color y se marchitan. Come con avidez porque siempre, desde siempre, el tiempo ha necesitado el alimento. Se nutre de presentes, del tuyo y del mío, el de Sandra, Julia y Mari Carmen, del de Cesar, José Luís, Martín y Carlos. Su alimento es lo que aun somos por haber sido desde el seremos.
El tiempo te rodea y te da besos; es elástico como la piel de un vientre lleno de mujer y suave como el amanecer. Es necesario y sutil. Es la pasión del día en su transcurso.

martes, 22 de septiembre de 2009

Sensación ,
anhelo,
el tren no se detiene;
nos queda tiempo aún de tener prisa y saltar entre las piedras.
Vuelo rasante,
figuras con pelo bajando las montañas.
En medio del delirio me saludas al sol
y te despides.
Estación con figuras tendidas en el suelo,
beso fugaz
de humo en lejanía,
oscuridad de siempre detras de las ventanas.
Mucho cansancio
en medio, delirio y sangre.
Me estoy dando la vuelta.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Pudiera ser que me alojara
en la cavidad escuálida de tu mano;
que al navegar el río negro y grande,
de fauces abiertas, que me separa de ti
no encontrara sino retales de silencio,
tu soledad
encogida bajo árboles con sed
y el polvo planeando el infortunio.
Pudiera ser que, niño o viejo,
con resignación y calma me encalle,
que pierda lo imperdible:
la muerte digna de un corazón en llanto.
Pudiera ser que tras tanto terremoto provocado
amanecieran estrellas para velar tu silencio,
estrellas, en fin,
como la prosa ausente en los poemas sabios.
Pudiera ser que aun el recuerdo
se olvidara de ti cuando te escribe
por ser tan solo un poco hombre,
por esa ausencia de los astros ante la vista
nublada por la química asesina
de un cerebro atormentado en la miseria.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Un día ácido, despeinado, de lluvia en las terrazas:
Las gotas son dudas retando al precipicio,
la vista en el vacío
cayendo
desde el hule blanco.
Observo el movimiento sutil del agua en las aceras.
Ayer la noche estuvo triste.
Los armarios cerrados
y la ventana ausente.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Seducción

La seducción es el arma precisa en la guerra de los sueños. Con ella se conquistan las fronteras de la vida misma. Con ella se vencen enemigos
Invisibles que quedan observándote de lejos, con la expectativa de un delirio mayor.
La seducción es la forma mas intima del querer y en ella se hospeda la intriga y el deseo, la furia y la paz, la angustia y el miedo, la dicha y el placer.
La seducción es lo que nos queda al final, cuando volvemos, cuando no hemos sido capaces de regresar a tiempo, es lo importante, lo bello, lo abstracto, lo inquieto; es como un niño sin río o un astro sin galaxia.
La seducción se pierde cuando uno se pierde y se encuentra invariablemente al final, cuando ya nada queda.
La seducción es lo imposible, es la forma más común de resistencia. Es anfibia. Es clara y negra al mismo tiempo
La seducción son sonajeros de colores, arpas en el bosque y formas transparentes, es aquello que ves y aquello otro, lo que ya no esta y sigue siendo

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Guti

Ya sé que veinte años es mucho tiempo, pero causalmente, rebuscando en la buhardilla, he encontrado una castaña, una castaña de oro que de seguido te trajo a mi memoria. Veinte años después, ¿te acuerdas? Aún te veo venir por la calle moviendo tus rizos, asustando las motas de polvo que rozaban tu cara. La traías en la mano, presionando suavemente, tratándola con calma, como a un pájaro pequeño. Cada vez que la miro siento como caía la lluvia y veo un cuarto luminoso con risas y colores, músicas, cortinas y el patio de enfrente, junto al campo de futbol. Había, sin embargo un algo de silencio que te hacía invulnerable. No sé si con tu risa, o con tus ojos, tus manos, el cuerpo entero, pero siempre acudías presto a refugiarte en el interior de tu guarida sagrada, siempre la mano cerrada con el fruto de tu creación resguardado de toda maldad. Ahora que la veo siento de cerca aquella sensación, aquel ir y venir del embolo sobre tu brazo, el elástico gris subido a tu bíceps, los ojos en ausencia y la oscuridad de la estancia. La colocabas sobre la mesa y la veías brillar, sé que le hablabas, que incluso le rogabas. Era el testigo mudo de tu paso gradual por el planeta, tu cómplice, la señal de alarma.
Uno noche te encontraron en la acera y te llevaron a visitar los quirófanos de la muerte. Mostraste orgulloso tu castaña de oro, enseñaste al mundo el fruto que con tanto placer guardabas debajo de tu almohada las noches de cansancio. Desafiabas al planeta porque tenías el arma de la vida y, al final caíste. Un sueño largo, profundo, ingrávido. Una sensación de ahogo, una distancia. Un pretexto para no seguir, para quedar en el camino sin bolsa de viaje. Te quedaste sin más, mirando el horizonte, la mano cerrada y el brillo entre los dedos. Abriste un instante los ojos y al verme, con una sonrisa sin ritmo, tendiste la mano, tendí la mía y me la diste. Luego ya no estabas.
Veinte años son mucho tiempo cuando debes guardar la simetría que no es sino seguir las pautas. Veinte años de ausencia mitigada por la caricia luminosa de la castaña de oro que te lleva y te trae, que te muestra a veces en los cines, los bares, el lago del Retiro o el puente de los franceses. Te ha traído de pronto con la nieve, con el sol, con el silencio. Y tú has venido como quien llega a la feria, subido en la noria del deseo, subido a lo más alto, sonriendo en la distancia. Y te vi llegar y ya no estabas.

martes, 15 de septiembre de 2009

Figuras


Ella lo supo, pero estaba cansada. Tenía los labios secos, las manos frías. Se adentraba más en el agua, quieta, protegida por la sombra tupida de los árboles. Dibujaba figuras imaginarias en el aire distante y recreaba miradas en el atardecer.
Él con la sonrisa cerraba puertas para que no escapara el sol. Se escondía de la sombra en terraplenes con flores salvajes. Anidaba en la memoria con el deseo de no crecer.
Ellos dormían apenas sin tiempo. Descubrían la insensatez para adueñarse de un planeta en crisis verde.
Ellos comprimían el deseo de saber en dosis de placebo para luego enseñar su cicatriz.
Ella con el pelo largo, negro, suave
El saltando ríos sin puentes
Ellos locos, con la locura que posee a los perdidos; aquella que sin saberlo se va adueñando del manantial perfecto de la dicha.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Las noches no siempre llegan a la madrugada. Con la inercia desesperada del reencuentro se disimula la prisa por amanecer y se depositan deseos en forma de papeles de colores que el viento no quiere dispersar. Los presentimientos, ahora, se armonizan y resuelven a menor con dudas.

sábado, 12 de septiembre de 2009

La vieja


La Vieja mantiene el cansancio en los pies, lo arrastra por el pasillo en dirección norte. El norte en su casa conduce a la luz de las claraboyas y al reflejo del día en el granito indestructible que protege el anonimato de la escuela municipal de música, de donde cada tarde, de siete a nueve, manan acordes y melodías que la vieja no entiende pero atiende. En cada paso deja una historia que contar y abre una ventana hacia el silencio. Ventanas sin cortinas, transparentes, como puntos de encuentro en los que retardar el clímax de las emociones. Pesa el aire en los pulmones y la fragilidad del cuerpo se impone cuando la espera agota los músculos.
En la Vieja conviven el recuerdo y la indiferencia. Un río que cruzar y las manos astilladas, los ojos ausentes, el calor efímero del único beso un domingo de invierno junto a la iglesia, arropado por la caricia sutil de la mano robusta que se alejó más tarde, se apoderó del mar y no quiso mantener por más tiempo abierto el caudal del sueño en la distancia.
En medio del pasillo, en la oscuridad, el frío agrede las arrugas con violencia. La Vieja invierte las emociones y las traslada a un patio con escalera y árbol, a un monte sin nieve y un niño que al cruzar la calle pierde la inocencia y se imagina caballos de cartón en guerras blandas. Guerras de niños, sin muertos que contar ni puertas que cerrar. Guerras con sordina, con el aire interponiéndose entre los bandos y la ilusión enredada entre las ramas.
La vieja mantiene el cansancio en los pies pero lo aísla del miedo y la tormenta, convirtiéndolo en necesidad urgente de recuerdo antes incluso de que el sueño le acerque a la deriva, al cambio de marea que le apremia.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Marinero solo

Prefiero las transparencias, las emociones líquidas y el silencio alrededor. Hay figuras con rostro que se acercan en busca de caricias y se detienen invadidos por el frescor de un jardín verde. Rostros esculpidos en lo imprescindible, en la necesidad misma de intercambio. Los veo llegar sin análisis, con la frialdad de quien no se mantiene alerta y grave, desde la distancia. Pero se acercan sin que mis manos puedan interponerse entre las suyas y el aire, y me tocan, me palpan con los ojos cerrados, me rasgan las ropas presentando mi desnudez a un universo que ayer aun no reía. Son rostros con pretexto, con motivo, sin desgana.
Desde la desnudez camino por si el movimiento vence. El movimiento no siempre atrae a la distancia. La distancia es más lejana en movimiento. Me pierdo entonces en laberintos que, de saberlo, habría evitado. Y siempre llego. Y marcho. Vuelvo.
Preferiría un rayo de sol o una tormenta, pero se precipita el tiempo sin que pueda evitar el poder de los eclipses, emprender de nuevo viaje desde el desierto al río que muere en otro río que desde otro llega a un mar, enfurecido a veces, en el que la nave espera la mano decidida de un marinero solo.

martes, 8 de septiembre de 2009

XXY

Por el contorno diviso la piel y me acerco a su sabor, al reto que supone la falta de conciencia en el momento incierto de la expansión del cosmos.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Laberinto

En cuanto a los laberintos prefiero la sin razón que me provocan. El tiempo de búsqueda y la soledad en el enfrentamiento son parte indispensable de mi resistencia. Los cañones que disparo no son más que palabras que se sumergen en aguas profundas hasta llegar a ser cataratas de las que recoger espumas. Aguas volátiles con las que regar las flores que, al final, siempre aparecen al fondo, donde ya no hay salida, justificando así el laberinto mismo.

Entre todas las razones sobresale el deseo de aislamiento y el placer del silencio como preámbulo. El telón se alza y asoma un rostro en secreto, con la mirada interior y un fondo azul que la protege. El actor recorre el escenario a ciegas, preguntando a las tramoyas, enfrentándose a un haz de luz blanca que quema y que reseca. El actor en el laberinto sufre la amnesia propia de quien no intenta el salto sin pértiga. El actor se contrae con el pretexto de interferir en el devenir y acontece por fin la obra.

Del laberinto no salen las palabras, se quedan recluidas en si mismas a la espera de una garganta capaz, la brújula que conduce al torrente, la catarata, el mar.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Los barcos navegan en abanico

He decidido que el recuerdo no sea intermitente, que se prolongue incluso más de lo debido y acuse la presión de la necesidad como el nudo en la garganta del adolescente enamorado. Pocas veces se conquista un planeta con tan poco frío.


Por encima de lo indebido ha estado la necesidad de sentir, la intención de mantener la vista arriba, peligrosamente encendida. Aparecieron de pronto, como de la nada, figuras que trasladaban la mente a la precariedad del pasado reconvertido desde el que han zarpado las naves en busca de tierras nuevas, no para conquistar: tierras de las que beber, saciar el hambre e insuflar el aire ya sin remedio. Los barcos navegan en abanico y vuelven siempre a la necesidad del puerto madre. En él depositan las olas rotas a su paso, los cambios de viento, la tormenta. A él traen el canto de pájaros exóticos, a veces de sirenas varadas en playas deshabitadas alfombradas de cangrejos. Pero vuelven siempre a la necesidad de recordarse y al placer de los acordes que acompañan un poema en si bemol.


Apareció de pronto una goleta adornada en blanco. Dos palos desperezándose y un cielo al que mirar. Por la borda las manos señalaban la dirección de la risa y el sobresalto que provoca el reencuentro. El mar tenía entonces ojos para mirar. Y no llovía.






viernes, 4 de septiembre de 2009

De regreso

Estar de vuelta y llevar cargados los bolsillos. Abrir ventanas y ver de nuevo el mar. Sentir la densidad del aire antes de sumergirse en el agua. Apretar los ojos que sufren con la luz. Y dejar que el tiempo asome por el balcón como una mariposa que se escapa.
Con el regreso las imágenes se arremolinan sin remedio, procuran el filtro del tiempo y la distancia, el análisis de la razón sin compromiso. Pero no huyen. Ni siquiera pretenden resucitar sensaciones, emociones, risas. Son testigos de lo que necesariamente había de ocurrir, de lo que ocurrió.

jueves, 13 de agosto de 2009

Morir la muerte

Voy a pensar que huele a lluvia,
que los monumentos
no están anclados a sus bases,
a la espera de lágrimas.
Voy a verme surgir desde adentro,
retando a la muerte
con faldas rasgadas.
Voy a presenciar el último aliento
desde la corona que adorna mi pelo.
Desafiarla a secas,
con ferocidad,
intransigente.
Voy a morir la muerte.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Llueve

Hoy llueve, y sin embargo espero. Tengo la certeza de que la lluvia me llevará muy lejos, allí donde he pretendido resolver el delirio de mis noches. Me arrastra cauce abajo con el ímpetu de un deseo voraz. Me traslada a ventanas con enredaderas por las que subir. A risas en la oscuridad y a la fiebre de sentirla en mis suspiros.
Llueve como un pretexto para no saber. El índice vacío donde anidar las almas. Llueve por si se olvidan las formas de cariño; o por si, a solas, alguien goza de las anatomías. Llueve para no correr, para ti, para todo. Y en la lluvia reza el lema de un suspiro. Porque son gotas pequeñas, sensiblemente hermosas que rozan el frescor vegetal de las miradas. Gotas infantiles con proyección de cielo que un día alcanzaran. Gotas como besos acariciando el rostro amado de la tierra. Tiernas mensajeras de la caricia. Deseo irrefrenable. Manos a contra luz y tiempo, mucho tiempo.

martes, 11 de agosto de 2009

Hoy

Hoy estaría contigo por el solo placer de observarte. Te miraría entrar con la urgencia que da el deseo de encontrar la futura caricia. Abriría la puerta de tu alcoba para memorizar el sonido del agua bajando por tu cuerpo antes de que con sedas lo cubrieras de mis ojos. Me acercaría a ti en silencio, turbado, con los dedos indecisos dispuestos a rozarte con la ternura infantil que aun recuerdo. En tus pechos una caricia. En tus labios un beso. En el vientre mi mano sorbiendo tu calor. Tu desnudez entera ante mis ojos para ser devorada.
Recorrería todos los contornos de tu piel ávida de poseerme. Tu cuello frágil, tu pelo. La piel que se contrae al contacto de los labios. Los muslos suaves. El pubis. E invadido de locura bebería tu néctar al cálido compás de tus gemidos.
Me dejaría llevar por tus deseos, sintiendo tus manos en mi espalda acercándome a ti, queriendo no apartar mi sexo de tu sexo. Sufriendo la delicia del éxtasis y el trance. Dentro de ti. Suavemente en ti. Perdidamente en ti.
El universo entero desbocado. Tu cuerpo estremecido estremeciendo el mío. La risa apareciendo después de un acto puro. Los cuerpos confundidos en el placer más grande y un deseo brutal de repetirlo.

domingo, 2 de agosto de 2009

Como de costumbre


Cuando W.B. apuró el trago sabíamos que algo iba a ocurrir. Estábamos atentos, protegiéndonos de hipotéticos movimientos desmesurados. En el fondo temíamos su mirada, no la de todos los días. No. La otra, la del loco que no quiere permanecer más tiempo a la deriva, pero navega sin ancla. Entonces sentenció con aquello de “¡no, por favor, que no vengan los de la coca cola!” y las miradas que hasta entonces temían empezaron a dudar. W.B., al final, como casi siempre, se miró en los espejos detrás de la barra, ignorando el cuerpo rollizo de Bat, la mirada ausente de Bat y las manos pequeñas de Bat dedicadas por completo al arte inverosímil de la transustanciación.
Si las calles son largas por definición, tal vez infinitas, esta noche eran líneas discontinuas por las que transitar despacio. Con Tom se acercaron al whisky y permanecieron hasta la madrugada. El humo sobre las cabezas y los espectadores pendientes de la próxima incongruencia. Los telones casi siempre son de fondo.

sábado, 1 de agosto de 2009



Espacio abierto. El guerrero sale a recibirme y entiendo que le queda poco tiempo. No conozco las maravillas que describe, los restos de batalla que trae adheridos al cuerpo como metralla de flores. Después de un descenso lento intensifica la presión en los ojos. Duele la mirada en los meandros mientras el cuerpo recupera los restos de aire que el viento disemina por playas blancas como nubes.
El guerrero se aferra a la última conquista consciente del holocausto que quiso evitar. La mano tiembla si tiene que pensar. Los ojos saben que la lluvia y las lágrimas no tienen conexión en lo infinito. Son paralelas sin ecuación, por si ocurre que los dioses prescinden esta vez de la alegría.

jueves, 30 de julio de 2009

Oikonomía

Será preciso entonces analizar de donde viene el sentimiento entendido como material con el que construir el presente. Aquel hombre que duerme recuerda con la memoria de los materiales. Se siente enraizado en la orilla del mar y se orienta hacia poniente, donde duermen los soles. ADN en mutación. Adobe y mármol.
Registros enmarañados hacen inviable la rutina.
Retengo el peso del día sin ponderación previa. El peso como rito iniciático. Como función que define la parábola finita que describen los ojos cuando miran.
Semáforo en continuo. Ayúdeme a cruzar la calle ahora, ahuyénteme la sombra y traiga el sueño.

martes, 28 de julio de 2009

Clic, clic, clic. Intercambio de emociones. El traje bien planchado y la mirada tan lejos de la luz que apenas puede redibujar contornos. El autómata desciende la escalera. Clic. El hombre de la acera pretende configurar de nuevo los encuentros que espera no perder. ¿Besos en la mejilla? Si no recuerdo mal el oleaje ha despertado, trayendo en superficie cuentos con los que adornar un poco los insomnios. Los ha depositado en playas con sombrillas, paseos empedrados con barandillas blancas, reflejos del sol cuando no llueve. El hombre de la acera desciende la escalera. Clic. Contornos de autómata con traje cabalgando sereno las olas que le encuentran.
El devenir del caos no logra paralizar las manos, los dedos aferrados a las letras persiguen la palabra. No surgen las ideas por magnetismo, proximidad, deseo. Las ideas viajan en el bolsillo oscuro del traje bien planchado, frente al mar, en las aceras, con el autómata dispuesto a no perder el ritmo, ni el hambre voraz que lo consume. Clic. Estoy más peregrino si adelanto el pie derecho en los balcones.

lunes, 27 de julio de 2009


No tengo tiempo de buscar un motivo. La prisa me acelera y me vacía. Calma. Es preciso recordar la sensación del agua en la piel, la brisa en las hojas, un fragmento azul entre las nubes. Calma y vendrán las ideas corriendo a socorrerte de la desidia.
Me aferro a la necesidad de estar tranquilo, a la espera como ejercicio. Al rescate imprescindible de la creación que ha naufragado. El mundo alrededor empezará a alejarse permitiendo que el aire inunde los pulmones, que recobren su volumen natural y se decidan a regresar frescos de la rotundidad.
Tras una idea aparecen miles de imágenes que tratan de influir en el devenir. No sé si el cosmos será capaz de asimilar tanto rechazo. Ocasionalmente rostros con sonrisas entre las cortinas, pero siempre una mano con el dedo alzado y, al fin, la amnesia que da paso a lo futuro, lo que se gesta en el anonimato, se precipita por las ventanas, navega alcantarillas hasta un río con sol y árboles en la orilla. Tras la idea regresa el sentimiento.

Deséame que descienda la escalera. Ayúdame a recoger de las aceras visiones que he tenido. Retenme en el regazo y no abandones al ávido jinete sin lanza y sin espada, figura solitaria en medio del paraje que desciende hasta el contacto tibio de una mano en la mejilla, húmeda de lágrimas y lluvia, roja de sangre y de vergüenza.

miércoles, 22 de julio de 2009


Me pierdo entre tus hojas amenazando gritos
desesperados,
cantos emplumados
sobre la faz del sueño.
Te arrebato de tu rincón paciente
para reposar en ti
un otoño desbordado de fragmentos.
Hipertensos cables enlazados
codifican tu espacio tenebrista
con un lápiz de ceniza resbalando,
resbalando,
descansando,
hiriendo tu atmosfera sensible
metálicas vibraciones.
Ritual descolorido,
olor a incienso.
Con escamas de oro me decido
a templar tus nervios dislocados
percibiendo el sutil desbordamiento
la multitud sin ritmo.
Y me ahogo en tu silencio cada vez.
Y cada vez me asusta más el eco
que escondes
escalando los sonidos.

lunes, 20 de julio de 2009

Abandoné mi barco.
Después de mucha espera
supe
que en el océano los recelos acentúan la ignorancia
y eres naufrago antes incluso
de que las naves zarpen.
Partieron en cubierta los dedos delgados
de una caricia,
el recuerdo volátil del tacto
al calor de las sábanas,
el amante dormido,
la noche de placer irrepetible.
En cubierta,
protegidos del frío,
ajenos a la tormenta que agita las aguas,
la que esconde en la noche
el vuelo de las gaviotas,
a veces tan tiernos,
en los acantilados.

sábado, 18 de julio de 2009

Música de cámara


Hay habitaciones en la casa, grandes y pequeñas, opacas y brillantes. Pintada de blanco aquella en la que el sudor del verano arremete contra las ventanas y se intensifica intentando eludir la columna que mantiene erguida la puerta del armario. En frente una cama moderna, vestida en blanco, con vistas, sujetando la densidad del aire, recibiendo un cuerpo pesado que provoca pliegues como olas de mar. Permanece inmóvil.
A través de los cristales, los suyos, los que protegen sus ojos de la ausencia de reflejos, recibe el movimiento de una rama fuera, como el baile sensual de un cuerpo desnudo, rítmico preludio del goce.
En pie, en espera. La mano derecha en relax se eleva, lentamente, como una mariposa blanca sin ganas de alejarse. A la altura de los ojos se detiene y provoca la necesidad de mucha oscuridad. El rostro quieto, la mano arriba, esperando ansiosa la llegada de otra mariposa en vuelo corto. La habitación se tensa ante la espera. Desaparece el aire, se detiene el árbol.
Con los ojos cerrados se inicia una danza de dedos en las manos, delicados viajes por el aire, fragmentos que se buscan y al rozarse regresan a su propia soledad. Mientras la mano derecha prosigue el vuelo, un dedo tembloroso insinúa que se acerca el momento de subir la intensidad. Un dedo índice en reverencia. Se suma a su deseo el corazón, luego anular, luego… respira mientras la mano toda desciende a reposar en el inicio. La estancia recupera la tensión. El rostro inmóvil. El regreso.
Los párpados se tensan, se entreabren los labios. Reciben los pulmones el súbito impacto del aire, una gota resbala de la frente y se deja caer al precipicio inmenso que descubre. Aterriza sin dolor en la cuartilla blanca, en el compás catorce, en el mullido lecho de blancas en silencio.
Él, el director, mantiene la tensión en las alturas, en suspensión. Descenso enérgico, contenido, agotador. Él, el director, abre los ojos y sonríe mientras todos los oídos reciben un la bemol en contraste que apacigua el aire.

miércoles, 15 de julio de 2009


Antes incluso de las insinuaciones hubo miradas directas con las que combatir el tedio. La mujer de negro había dedicado gran parte de su tiempo a mesurar el espacio, calibrar posibilidades, deducir reacciones y anotar revelaciones. Era su manera de sobrevivir a los domingos, después de misa, cuando él, impasible al paso del tiempo, que sin embargo dejaba huellas en sus manos cada vez mas trémulas, desaparecía de la vista, y a veces de los planetas, para encontrarse con la decepción de una despedida lejos, no consentida.
La mujer de negro era menuda, frágil y con cierta repulsión al humo del tabaco. El humo, decía, se lleva las ideas y trae el frío. También se lleva los corazones que acaban de rendirse en la zafra, poniendo el acento en la distancia. Los tejados, escasos de tejas, no son capaces de retenerlo y los grandes vapores dejan rastros silenciosos por encima de las olas. El humo, un día de verano, reconstruyó el pasado con lentitud, lo depositó suavemente en la cubierta del barco y esperó que los años hicieran su trabajo.
De regreso la mujer de negro encontró un hombre con los brazos caídos y la mirada corta. Frente a él intentaba recuperar el aliento y mantenerse erguida, pero el peso del aire era superior a sus vértebras resentidas y el suelo, cubierto de barro en invierno, se acercaba cada día a un rostro sin reflejo. No había interferencias.
Descansó la voz y, al fin, un sombrero blanco la cubrió del sol. La mujer de negro con sombrero blanco. La mujer con un sombrero. Y luego la mujer. Desapareció callada, entregada al fin de viaje, sin humo, marcando con los ojos el norte derretido, presenciando el amanecer que quiso resucitar los continentes. Sonriendo.

lunes, 13 de julio de 2009


Me duele la mano izquierda. No es un dolor de huesos o un cansancio muscular. No son las agujetas del lunes ni una mala postura durante la noche. Es un dolor de asfixia con ribetes rojos que me recuerda la voluntad desencajada. Como si las células perdieran el control de si mismas y deambularan sin energía por carriles rápidos, debajo de la epidermis. Es un dolor a contraluz, una mancha de tabaco en los dedos que impone la hiperestesia. Es una punzada de falta de palabras, sin narcótico, con prisa. Es una orden recibida con la intención remota de mantener intacta la otra mano, la que se esfuerza en diseñar emociones en blanco y negro que luego cuelgan al sol en los balcones, mirando el mar que no se aleja.

jueves, 9 de julio de 2009


De afuera llega el ritmo quebrantado de un golpe de persiana;
un tempo largo, poca tensión.
Él permanece en silencio,
los ojos clavados en la lámpara
que oscila en el techo
a contratiempo,
diseminando rayos de luz en las esquinas.
Las mismas,
las esquinas,
que recogen
telarañas suspendidas.
Las que acogieron al niño acurrucado
una tarde de invierno
cuando los desperfectos se hicieron
inevitables.

miércoles, 8 de julio de 2009


Alvaro Damire, en conversación a solas, me increpaba con saña ajeno a la posibilidad de estar trazando rayas negras sobre su propia cuartilla en blanco. Era uno de esos días en los que los rostros reflejan la tensión acumulada tras el tedio, la presión vertebral sobre una de las ramificaciones más temidas del sistema nervioso. Cuando eso ocurría, Alvaro Damire palidecía y oteaba el horizonte en busca de su presa favorita. El Sr Hermida dejaba de estar sentado. La odisea de un regreso sin estrella que seguir se cernía sobre su mente en blanco como una amenaza de tormenta en el mes de julio, después de la asfixia que provoca la falta de aire en los corazones débiles. Tras un silencio era inevitable la sonrisa socarrona de un ser en crecimiento, enmascarado en su propia velocidad: “La velocidad del frío”. Ya sé que debería no apropiarme de ideas, sentencias y velocidades de quien ha demostrado que la imaginación no solo es útil para combatir la desidia sino también para definir con rotundidad lo que aparentemente es indefinible. “La velocidad del frío” resume el cosmos que encierra una gota de agua aislada en la arena e incluso propone la necesidad de remisión de quien sin creerlo se siente pecador.
Alvaro Damire se enfrentaba, de pronto, a “la velocidad del frío” y me hacía partícipe de su propio desequilibrio.
Por inercia estrechó el cerco y lo sentí tan cerca que apenas pude moverme. Tal era el miedo al roce. Su insistencia incomodaba mi serenidad. Un deseo de silencio empezó a instalarse sobre mi piel, bronceando la armadura que un día protegió la fragilidad. Su insistencia era el fruto sin madurar del árbol que soy yo cuando no llueve. Era la constatación de que quien recupera el tacto está en disposición de reinventar silencios.
Supe no gritar, consciente de que el grito no ahuyenta. La espera como imposición o los vuelos al interior de los volcanes se convirtieron en armas definitivas ante las cuales incluso Alvaro Damire perdía la exactitud.
Tuve la idea del secuestro. Él supo callar. Predijo un futuro sin antenas y un parque vital con flores blancas en la ciudad perdida. Insinuó una sonrisa y levantó la mano. Llovía un poco. Eran gotas grandes, como lágrimas preñadas. Caminó dos pasos dándome la espalda, los hombros caídos, el pelo largo. Sintió la humedad en los pies descalzos. Sintió la necesidad de mirarme de nuevo. La necesidad a veces no es más que una blasfemia con la que disimular la pena. Al final del parque Alvaro Damire estaba sólo. Echó a correr. Las gotas en la cara. Los ojos en el llanto. Las manos escondidas. Había un cuerpo de mujer desnuda cruzando apresurado las líneas de la calle.

lunes, 6 de julio de 2009


Abrir los ojos es lo importante si no hemos desplegado las alas. Hoy el sueño se ha interrumpido, se han roto los nexos con la abstracción, con la cadena imparable de creación de ideas. Me he despertado desbordado por la sed y protegido de los peligros terrenales por un manto de amnesia ceñido sobre el pecho.
Atrás quedaban renacimientos imprevistos, manantiales con árboles grandes creciendo en sus contornos, pájaros subidos a ramas en el cielo y carros voladores en medio del colage. ¡Cuánto me hubiera gustado no haber partido!

Refugiado en la duda, saciada la sed, regreso a los sueños que quedaron arriba, segundo rellano escalera centro, con el propósito infantil de proseguir. Me acompaña la música en el camino.

“¿Que vamos a utilizar para llenar los espacios vacíos donde solíamos hablar? ¿Como voy a llenar los últimos lugares?”

Todo el dramatismo de un muro creciendo desmedido y aterrando porque sí.

Siento volar un perfil de mujer.

domingo, 5 de julio de 2009


El argonauta selló por fin el cofre. Allí quedaron para siempre las rutas trazadas sobre pergaminos húmedos en los que se apreciaban sin dudas el paso de las tormentas y la luz del sol amaneciendo los días de sed y de cansancio. De Colcos regresaba con un fotograma en blanco y negro, una banda sonora minimalista y la imagen nítida de un protagonismo en femenino. El vellocino en el bolsillo protegido apenas por el sudor de un cuerpo desatado, inconexo, apátrida del reino de los cielos.
Argos respira el aire en sus velas que son pulmones radiantes. Argos retiene en sus ojos la imagen del mar avanzando de la tormenta a la calma. Argos vigila el sueño del argonauta en medio del desespero y el gozo. Quedan las manos pegadas al timón, queda el silencio por resurgir, queda muy poco tiempo para sucumbir al deseo después del vino y las viandas, quedan los motivos con los que encauzar la diáspora insistente de las ideas fugaces.
El argonauta sabe que la locura es más común que el miedo y elimina de su entorno las menciones honoríficas y los telediarios salpicados de sal y pena. Navega. Sobre las rocas, lejos de la arena, en primavera, depositó los ojos en sacrificio y de su ceguera obtiene las coordenadas ciertas del rumbo fijo. Una costa con tierra a sus espaldas, con manos que acarician y gritos y llamadas. Una costa en la que instalar el faro incandescente. Costa con huellas, innegable rastro del regreso a casa, al calor de las manos en las manos, al deseo, al imperceptible sobresalto de un niño que ha dormido. Al tiempo que le queda.
En Colcos se ha quedado el fin de los diluvios, la esperanza del fin. En la nave, descalzo, corretea de proa a popa, el espejismo de un niño en el paisaje con las manos escondidas, el rostro en abstracción, lágrimas en los ojos. Y el argonauta estimula su propio corazón con gritos que pretenden romper en mil pedazos la urna que recubre el mar, el firmamento, la nave, al niño. Cristales a través de los que mirar. Miradas que no pueden franquear abismos. Precipicios desde los que zarpar hacia la noche.

sábado, 4 de julio de 2009



Acometió el viaje con la certeza de un regreso feliz. Tuvo el sol de cara y alguna pesadilla. Si lo hubiera pensado mejor habría decidido variar el rumbo, brújula en mano hacia la esfera. Pero el hombre no acierta a recomponer el talle cuando se aferra a lo indispensable. El hombre descifra cábalas como quien transgrede la inmensidad del horizonte antes incluso de la prevista tormenta. El hombre, visto de cerca, es un volcán inminente, la consecuencia del caos, la sucesión de fotogramas con globos de colores en búsqueda.
Del mar extrajo la posibilidad de inmersión, y con ella el aislamiento. La cerrazón llevó las velas en dirección al miedo. El miedo derivó en pánico. Y el mar estaba en calma. “Cuando observo las manos las siento tan cansadas que apenas les permito el gesto leve.”
Encallado en las rocas de una costa sin límite, con el terror a bordo, las velas tensas, preámbulo de palo mayor en quiebra, el argonauta supo que también el ritmo constante de un corazón alerta podía saturar el pensamiento efímero. Cerró los ojos en busca de quietud, pero la oscuridad no llega nunca cuando el dolor se abre paso entre las jarcias.
Antes de zarpar no tuvo la visión de lejanía que proponen los faros en la noche.
Alredor silencio sobrevolando, como aves que la altura hace diminutas y se alejan. Como la nada en el firmamento si hay luna llena. Las naves silenciosas reavivan la intención de morir entre las flores. Sin rastro todavía del vellocino en Colcos.

miércoles, 1 de julio de 2009


No necesito estar presente en las ausencias de luz ni percatarme de lo ocurrido antes de tiempo. Tampoco la fragilidad de una batuta oscilando en el espacio, mis armonías se enzarzan solas con el pretexto único del sin sentido.
No necesito que el agua de los ríos se arremoline en los rincones, que aparezcan peces de colores en mi pecera de papel, que monstruos y gigantes asomen sus miradas por mi balcón de niño y esquiven el zapato que sale de mis manos.
No necesito tener en cuenta la forma de mirar, pues la memoria retiene la imagen que queda detrás de los tabiques y forma con ella ilusiones ópticas con las que excusar el miedo.
No necesito que te acerques tan despacio, ni que rehúyas inconsciente los requisitos previos a la pared pintada.
No necesito mirar.
Si acaso necesito un brillo de sol en la mejilla de quien sonríe un poco. Y poner nombre a la distancia