lunes, 29 de junio de 2009

... y Pacho


Reclamo de las piedras el reclamo.
Espera
que se acerca muy despacio la distancia
y tengo que recoger el equipaje.
Los ojos que te ven
no reconocen.
Tu vuelo de funámbulo descansa
en plumas de palomas
que protegen la caída imprevisible.
Desde lo alto ríes
y tu risa traduce soledades como esferas
grandes.
Tu risa es disimulo de la pena
que sentiría el mundo si un naufragio
rompiera el devenir.
Funámbulo en descanso,
corazón tranquilo,
manos en transparencia, blancas,
equidistantes de la inocencia, el bosque
y el riesgo de saber que lo posible
se hace de repente
necesario.

sábado, 27 de junio de 2009

Pacho


Hoy me acuerdo de él, de su fragilidad, de cuando está y cuando no está. Hoy le veo más frágil, con más miedo, con una sonrisa necesaria pero difícil. ¿Tendrá los ojos cerrados?
Me apoyo en la idea de un viaje con retorno y reto al tiempo para que se pare, con la esperanza de que se olvide del frío. Me siento suspendido e indefenso contra la indecisión.
Mañana miraré de nuevo el mar por ver si en él distingo algunos rasgos conocidos de una anatomía escasa. Quiero que se presente con una vela blanca, henchida de viento.
Entonces será más próspera la sonrisa y mas inevitable el abrazo.
Notaré su cuerpo menudo junto al mío, su voz hablando de Leonardo. “Que curioso”. Y Leonardo junto a él, dibujando cartas por las que navegar en busca de un puerto con sombra.
Hoy me acuerdo de él y, desde lejos, le abrazo muy suave, por si se rompe.

jueves, 25 de junio de 2009


Tengo la sensación de que hay mariposas alrededor de toda ti, como si estuvieras emanando el néctar de sus ilusiones o como si al mirarte no hubiera más remedio que seguir el rastro que dejas en la tierra
Un bosque de sin razones subidas a lomos de un corazón en calma , un reencuentro con la fortuna de sentir un velo blanco cubriendo la desnudez de los brazos, la convicción de estar presente aun cuando no queda mas universo que el que sale de una boca en constante duda Es la serenidad, dicen, de quien no quiere mas que lo que ya existe, aunque para ello recupera la salvaje silueta del cuerpo entre las ramas.
Estoy un poco espeso.
No son mariposas lo que viene a mi ventana, son colores en movimiento, formas inacabadas que con la luz convierten lo aparente en real. Y si acaso me detengo a observar descubro que además de su silueta traen el silencio colgado de la cintura, el mismo que necesito en las noches de invierno para recordar tu cara la que un día surgió de la penumbra para alumbrar deseos, alimentar caprichos y sustentar, tal vez con la mirada, el poder de lo insaciable, el hambre de corazón abierto entre las aguas, la sonoridad que inunda lo que aun me queda por recorrer a solas, antes de decidir si abrigo una esperanza o recorro a duras penas caminos de ida y vuelta en los que perder las horas.
Tú miras en silencio y siento que no quieres dejar de contemplar el torpe discurrir de letras que ante tus gafas rojas dibujan lo que tal vez deseas. Sientes que con el tiempo se pasan los recuerdos y de ellos nace lo que deseas, el aire viciado, los equinoccios y acaso dragones voladores con formas diferentes.
No queda sin embargo mas nada que este viento por el que se me disparan las ideas y las vierto para que lleguen solas a dormir entre las sabanas aun calientes de tu lecho. Allí descansaran hasta que el día reduzca a casi nada la noche oscurecida. Allí verán salir el sol y sin saberlo verán que desperezas tu cuerpo ante sus ojos, sin el pudor que sientes cuando te digo cosas o te acaricio el cuello, o simplemente miro como discurre el agua sobre tus pechos blancos hasta perderse en mares sin oleajes claros, como tormentas que me llevan a decidir de pronto que mi futuro existe si tu sonrisa sigue


Yo sin embargo sigo aquí pendiente de la razón que me ha llevado a este suicidio solitario de la visión nocturna. Razones que distan mucho de ser aceptadas puesto que fiscales y jueces han decidido de común acuerdo eliminar todo aquello susceptible de sensibilidad. Lo importante, dicen, es que no cunda el pánico, que se recupere la calma lo antes posible y que, de ser necesario, se abran las cárceles para encerrar a todo aquel que infrinja la norma vital de la inocencia perdida
Las sociedades a veces son eso, lo que queda después de uno mismo, lo que se adosa a la roca en las mareas salvajes del atlántico. Las sociedades pierden el tiempo conmigo porque he vuelto a la locura que quise siempre. Fue preciso saltar del árbol y recorrer humedales, viajar por el lecho de un río ya en desuso y subir la montaña sagrada Pero con todo he llegado y al fin no me queda más remedio que reconocer que de esa nada surgió lo que yo quise.
El carcelero se acerca porque no entiende y si en sus manos no estuviera la posibilidad de ser balanza, me sentiría en deuda con él. Pero los carceleros no tienen previsto ser balanza, ni siquiera carceleros. Son.
No se muy bien a que se debe este arrebato de oscuridad. A veces estoy sentado y recuerdo que hay un planeta y un país y una ciudad y un árbol, Siempre desciendo por las ramas para no saber donde estoy. Cada vez que intento recuperar la cordura me siento naufrago, no recuerdo bien si he navegado o estoy en puerto desde siempre, es una sensación a cierta distancia, con la posibilidad de no ser cierta pero con la necesidad de que lo sea. Pocas personas son capaces de asomarse entonces a mi ventana, tengo cortinas con mecanismos extraños que no todos pueden descorrer. Pero oigo voces que me dan parabienes, que se aferran a lo que ven y no a lo que sienten. Me apresuro siempre a poner a buen recaudo cuanto es importante pero siento que algo falta siempre.

domingo, 21 de junio de 2009


Desde la atalaya de los años intento descubrir la serenidad. Pretendo no renunciar a la calma, lo que supone unificar los sentimientos y anclar el barco más cerca aun de los acantilados. Las señales de humo me llegan difuminadas desde la costa, los faros en luz continua. Es de noche y llueve. Sigo decidido la estela de un pez espada en dirección a las rocas. El limbo de mi sextante marca lo inaccesible en una escala de dudas. Aparecen fugaces astros en el espejo interior y alguno, desde la altura, está empeñado en dirigir mi nave hacia las islas. Pretendo naufragar al mediodía.
La profundidad no es más que altura inversa, sin horizonte. El agua define lo ingrávido, el momento álgido de la duda. Dios nunca se acuerda de volver, está dormido. Le asusta el mar, armado de astrolabio navega a la deriva en busca de las rutas que conducen al hombre y su delirio. Altura inversa, marea y noche.
El reflejo del rostro no evita el sentimiento de rutina amordazada. Naufragio previsible en pocas horas, cuenta atrás, mano en el pecho. Se me enreda entre los dedos la rama de olivo, y la paloma excusa su presencia. Oleaje en forma de poema. Amanece tan deprisa que la ausencia se hace más patente. Siento la herida a borbotones, recupero la calma y me sumerjo a duras penas. Altura inversa. Un pez me roza el muslo. Sigue lloviendo.

sábado, 20 de junio de 2009


El laberinto que descubro no es producto de la razón. Rostros anónimos de transeúntes en tránsito salpicando la ciudad, tapizando las aceras, observando los desagües que conducen, sin duda, a la cloaca inferior del paraíso. De sus miradas extraigo el condimento necesario, el néctar que degusto en el anonimato de una alcoba iluminada, preludio del éxtasis, del orgasmo inaccesible, último peldaño en el devenir que intuyo desde los pies descalzos. Me encuentro en transición conmigo mismo.

Al abrir la puerta los sonidos se alargan. Son voces conquistadas, esclavas de la tiranía que siempre conduce al holocausto. Voces llamando, agudas, perdonando, graves. Pero que, con la brisa, se difuminan para callar. Más lejos, donde los girasoles se apresuran, el silencio reivindica su anatomía con la consciencia propia de quien recrea la vida en laboratorios altos, de paredes eternas con formas de mujer en las esquinas.

Mi tránsito se detiene a recordar. Dibujo mariposas y respiro. El aire es, de repente, una cuartilla inmensa, papel en blanco y negro, con trazos que describen el círculo perfecto que rodea mi mesa de escritorio. Debajo del papel no queda nada. Debajo de los ojos un espacio que concretar, un deseo fugaz de atenazar lo que no ha de contarse.

Te sorprendo en desventaja y busco la salida. El laberinto calla, los transeúntes huyen. Me queda la distancia y el silencio, inevitables formas de destapar secretos.

jueves, 18 de junio de 2009

Dependo de la luz,
me esmero en rubricar las obras
con la insana intención de quien no quiere.
Espero
sin recelo,
con angustia
el giro voluntario del cosmos
en esta realidad virtual,
en la ingrávida experiencia que satura
la necesidad.
Hubo un hombre que supo que dormía,
una mente lúcida en stand by
mucho después,
o poco antes,
de que tuvieran ríos los molinos.

martes, 16 de junio de 2009


Hoy he permitido al corazón despejar la incógnita de su silencio. Lo he pasado al salón. Sentado en la silla blanca, la espalda recta, las manos en las rodillas y la mirada atenta al movimiento de las ramas fuera, a través de la ventana, el corazón esbozó una sonrisa que entendí de gratitud. Los corazones que sonríen se parecen mucho a las golondrinas recuperando la serenidad del vuelo bajo de los aleros. Son informaciones del devenir y metas perseguibles.
Desde el silencio mi corazón extrajo el bloc de notas, el mismo que, escondido en el bolsillo, mantiene intactas las ideas, las caricias y la resistencia a la tormenta entre los bosques. Me habló, y los relojes apresuraron el paso con cautela. En las esferas el tiempo es, si cabe, más relativo aun. Detrás de cada palabra una pausa, detrás de cada pausa una palabra con la que rendirse. Después de cada rendición el inicio inexorable de la trashumancia, cruzando ríos con flores en la orilla, subiendo cerros horadados por la luz, reposando en valles de fertilidad creciente, sumidos en el sopor de un desespero si la mañana tarda.
La incógnita habita en las hombreras de mi chaqueta verde. Ha venido sola, tan despacio que apenas pude presentir su estela. Y el corazón la mira como quien prefiere la suavidad del aire. El silencio me recorre como es, callado. Y el corazón pregunta. Me ha pasado al salón. Sentado en la silla blanca, la espalda recta, las manos en las rodillas y la mirada atenta al movimiento de las ramas fuera, a través de la ventana, esbozo una sonrisa que debe ser, supongo, de gratitud inmensa.

lunes, 15 de junio de 2009


En los Tinajones se quedaron sus recueros debajo de una falda larga, frente a unos ojos negros, pegados a la sonrisa de la mujer cubana, presentes en la distancia que acomoda las tristezas y las devuelve con el oleaje al punto de partida.
Y el punto de partida no es el mismo en cada idea. Ir, venir, volver y regreso confundiendo a las brújulas y, con ellas, a los ojos. Mirándole de frente tal vez era la ausencia, el vacío, la pérdida, el peso de su cuerpo pequeño aunque robusto.
El punto de partida empezó por ser un prado verde junto al arrollo, la lluvia menuda, la niebla. Se trasladó en barco a lo lejano para establecer los lazos de una soledad sin manos, ocupadas como estaban en la zafra y en sujetarse a si mismas. El punto de partida, a menudo se convierte en destino cuando ya no quedan salidas y cuando los deseos chocan con una realidad extraña.
De sus puntos de partida me queda esta pérdida momentánea de presente que se adueña de mi voluntad tan a menudo. De su silencio conservo el mío, capaz de no romperse en las tormentas. De su distancia un signo de admiración después de una mirada.
La reinvención del pasado como escudo protector ha permitido modificar los sentimientos. El individuo arisco, sentado al sol junto a la iglesia, precedido de la tenue sintonía de un informativo partidista, da paso a una proyección de hombre sobre hombre que se confunden. Él, sin saberlo, ha reconstruido las ruinas de un no ser angustioso que va tornándose verde pastel.

sábado, 13 de junio de 2009


Él supo que era imprescindible:
Reinventar lo vivido,
condescender,
superponer ilusiones y transigir.
La noche se convierte,
de pronto,
en negación de la ausencia.
Ausencia de si mismo.
Ausencia de luz en las farolas.
Aun nos queda tiempo.
De niño sucumbió a la calma de un río
tras recuperar la memoria.
Cuando la fragilidad cesa
aparecen remolinos turbios
con juegos imposibles.
Los juegos de la especie en semifusa
que saben a cereza,
que parten de un suspiro y se nos pierden
donde las flores velan.
Los juegos derivados de la duda,
prendidos de las ramas,
pretextos simplemente,
razón ineludible de la historia
que roza la mejilla.

jueves, 11 de junio de 2009


Hubo un tiempo que hemos olvidado en los rincones. Agrandamos las esquinas, cubrimos sus rostros con sábanas blancas y partimos en busca de acorazados para la idea. Quisimos alguna vez resucitar pero los escalofríos descubrían la debilidad.
En el pasado prendieron las raíces de alguna sinrazón. Éramos tan torpes que no supimos navegar hasta el océano. Ellos resistieron el olvido y la ferocidad. El canibalismo como arma, la oscuridad con pañuelo rojo en el bolsillo y flor en la solapa, la mínima ración diaria de claridad, laberintos, el poder que atrofia las cuerdas vocales de la insurrección... Demasiado cansancio para no seguir.
En tierra de nadie se debate si la muerte es muerte o tránsito a la vida. Se justifica acaso la muerte con el tránsito. De pronto se agradece al asesino cumplir con su función o se hacen llamadas colectivas al suicidio. El futuro como meta implica un presente baladí al que se aferran los doctores de la doctrina, representantes en tierra de la eternidad, embajadores del Dios generoso y vengativo.
El futuro como meta no es más que la justificación del presente doloroso, el escudo al que las manos ávidas de poder recurren para fundamentar la muerte en el presente.

miércoles, 10 de junio de 2009


He recibido el impacto de la luz:
me duelen los ojos,
de mirar afuera los siento irse,
llevarse la fluorescencia y no volver.
Esta pasión por evadirme alcanza el horizonte.
Hay cuerpos celestes sin huellas previsibles
que merman.
Hay hormas de zapato,
fragmentos de inconsciencia,
pecio en superficie,
un punto en la distancia que ahora no recuerdo.
Hay canciones abrasadas,
un acorde menor en tanto grito…
El paisaje se borra:
probable insurrección en las montañas.
Esta pasión, a veces,
alcanza el horizonte.

martes, 9 de junio de 2009


La noche se ha convertido en pretexto para el descanso.

Por encima de la palabrería, del adoctrinamiento convulsivo y las miradas cruzadas. Detrás de justificaciones inadmisibles, de gestos airados y sonrisas vencedoras. Escondidos detrás de los cristales oscuros, sintiéndose invulnerables, señores del poder con cabalgaduras negras.

Más allá queda la noche.

Les he visto reflejados en el espejo de su razón absoluta, indemnes después de la guerra, orgullosos, altivos y complacidos, distorsionando los rayos de sol a través de las cortinas. Absolutismo en forma de medalla. Caníbales de lo incierto. Impregnados sin remedio de su propia baba. Y con ellos se iba, escondida en el bolsillo, la alegría de la primavera junto al mar.

Al fin llegó la noche.

El poeta reservó su verso por no cantar desgracias y ellos, fáciles, interpretaron el gesto desde la perspectiva aguda de lo que necesitan. El poeta, sin embargo, mantuvo su silencio esperando un atisbo de lucidez que no ha llegado. Cabalgaduras negras, riendas bien tensas. La silla de montar pulida en oro con flecos de mentira que nos llegan, siempre y sin remedio, precedidos por trompetas y tambores, galopando a través del noticiero de las ocho o perturbando la calma de lo blanco en diarios matutinos colgados en la acera.

Al fin llegó la noche.

No sienten los poetas necesidad alguna de rastrear su estela. No son ni necesarios. La vida se prolonga más allá de la no vida. Lo han dicho con la boca llena, sin pensar, sin acercarse. Recogieron aplausos, eclipsaron las voces, sentenciaron. Sin apenas tiempo para la reacción se sumergieron en el ego profundo de su autocomplacencia y se vieron grandes, altos, fuertes, invulnerables. Dios les acompaña en su recorrido terrenal, calvario necesario para la salvación eterna, sol radiante iluminándoles mientras se acomodan a la derecha del padre. Muy a la derecha.

Al fin llegó la noche, el reposo, la calma, la oscuridad desde la que nacen los murmullos. La necesidad de silencio, los dedos impregnados de tacto sensible, los ojos que por fin se sienten luminosos. La ausencia de Dios. La noche.

lunes, 8 de junio de 2009


Mucho tiempo sin volver. Desde la distancia lo recordaba poderoso, erguido sobre el horizonte, con la grandeza que lo adorna todo desde la visión infantil. Un árbol desde el que divisar la lejanía o bajo el que cobijarse del sol en el verano. Todos aquellos años ha sido un referente en su periplo por la ausencia.
Recordaba vagamente las caras de sus compañeros mirándole partir con la nostalgia del que queda. Ojos atentos con brillo de inocencia y lágrimas en el vacío. Aquel día habían salido más temprano al recreo. Doña Pilar había accedido a sus peticiones para despedirlo y allí estaban bajo el gran árbol testigo de juegos, peleas, amores, lágrimas… Al pasar junto a ellos se detuvo un momento e incluso es posible que tuviera valor de sonreír, pero entre la tristeza de quedar y la de partir se escondía un miedo infantil a lo desconocido. Ni siquiera la imagen que tenía de la ciudad era real. En la ciudad no encontraría el árbol. Él los miró con calma, preguntándose que pasaría. Ellos callaban y se adivinaba que alguno lloraba en su interior.
En ese breve espacio de tiempo que lleva a la soledad fue capaz de descifrar unos pocos años de vida, los ocho que le separaban del vientre. Visto ahora, con la escasez de recuerdos que le caracterizan, el análisis parece más profundo. Ocho años en los que no puede hablarse de amigos vitales, en los que todo ha transcurrido como por inercia mientras él permanecía oculto en su mundo interior, ajeno a tanta palabra y consejo. Solamente el árbol, los árboles todos podían participar de su energía. A ellos trepaba cada día, perdiendo su ingenuidad entre las ramas, observando como las crías de la tórtola iban creciendo en una proporción tan distinta a la del hombre.
Cuarenta años después siguen las tórtolas creciendo para él y los árboles creando ese paisaje en el que perderse.
Todo este tiempo su horizonte estuvo marcado por el árbol. Su guía era la última rama marchando y regresando, como espejo fiel de su propia existencia. El árbol llenaba su espacio y a veces se confundía con él mismo.
Allí estaba todos los niños, doña Pilar avanzaba unos pasos y le acariciaba el rostro. Las palabras no sonaban, solamente algunas sonrisas inquietas y una mirada entre sanamente envidiosa y expectante teñida de un “yo me quedo”.

domingo, 7 de junio de 2009


Con el tiempo se me han ido apresurando los motivos:
Un escote de mujer,
la niebla lejos, ocultando la mayor,
el barco en puerto y la necesidad.
Este hombre que regresa espera que anochezca
para redimirse a solas del pecado:
Si llueve no hay recuerdos.

sábado, 6 de junio de 2009


Puedo ver las señales si me acerco. El agua refleja siempre lo que no queda. Señales con guirnaldas evocando la fiesta. Azules en descanso. Lentas como el silencio. Y un hombre con sombrero se decide a alzar la mano, sin pregunta.
En aquella calle, aquel día. Resonaban en la piedra acordes sencillos, y una voz se sentaba en el portal cincuenta y tres viendo pasar peatones. Él tenía la seguridad de su silencio invulnerable. Observaba los dedos autónomos, rebeldes. Miraba el movimiento rítmico de su pie e intentaba descifrar el jeroglífico de las palabras. Una joven rubia cruza la calle y todos desvían la mirada. Hay escaparates que sonríen y dependientas amables con zapatos en las manos. Pasteles calientes en la acera de enfrente.
Un invierno frío en una calle fría. Knocking on heaves door. Debería reducir el consumo de marihuana y situarme en un punto transitable. Reconducir las neuronas a la esfera particular diseminándolas por las paredes en busca de algún informe.
24 de enero. Han vuelto a subir decorando la escalera con una A enorme en los rellanos. Una noche con ansias de ave fénix. Kocking. Metálica percusión. Agitación. Mucho silencio.
En aquella calle, en otro día, las palomas sonreían al transeúnte. Se anudaban la corbata para alzar el vuelo justo antes de las seis. Las piedras rebotaban las vibraciones cansadas de una voz poco profunda. El aire como medio de evasión. Knockin on heaves door. El agua refleja siempre lo que no queda.

martes, 2 de junio de 2009


Ahora que no estás me desquitaré y empezaré liberando tus tobillos de su cárcel, de la tela verde y caliente que los cubre y aleja del contacto con el aire. No te darás cuenta porque seré tan suave y sigiloso que apenas notarás un simple cosquilleo. Aprovecharé para sentir la piel, tal vez me aventure hasta las rodillas, tal vez mas arriba. No lo sé. Es arriesgado no saber.
De todos modos me quedaré mirándote a los ojos para ver si tu reacción es de placer, miedo, sorpresa… o no. Si veo que sonríes seré capaz de darte un pequeño beso. Muy pequeño, inapreciable…
Si veo que sonríes me acercaré a ti para sentir tu tacto y luego me despido con una caricia y, en la acera, junto al árbol que espía tu ventana, alzaré la mirada para ver si sigues.


Te veré desnuda, resbalando el agua por tu cuerpo, mirando alto, los ojos cerrados con la humedad inundándote la cara, diminutas gotas que masajean las mejillas, la frente. Que empapan el pelo, que suavizan los labios.
Una gota rebelde se ha quedado prendida en una ceja. Estudia el color de tus ojos y asoma un poco antes de caer sobre el pómulo. Luego se deja llevar por la corriente rozando tu nariz. Desde el labio superior se escurre hacia el lateral, saboreando la comisura que ahora sonríe.
Ante el precipicio de te tu barbilla respira hondo antes de saltar a un cuello hermoso, perfumado, gracioso. Allí descansa protegida, a la sombra. Allí decide recuperar el aliento antes de cruzar el valle apetitoso de tu pecho, flanqueado por dos montañas firmes, suaves al tacto, llenas de flores.
En el valle suspira y desea no seguir, pero un vientre dulce la llama, como la meseta perfecta, el desierto de la dicha, la locura.
Y en el desierto mantiene toda su ilusión firme en busca del oasis. Largo viaje hasta encontrar la vegetación relajante, el frescor necesario de un monte de Venus en auge.
La gota se mantiene alerta, procurando no caer en la cueva del placer. Y la alerta investiga el camino, aquel donde los muslos y el vello se acarician, unas ingles blancas, suaves por las que pasar en silencio, en las que perderse. La caricia húmeda sigue por la piel que se eriza, rodea las rodillas, se detiene, observa la caída y se precipita sobre la plataforma que cubre el dedo gordo del pie izquierdo. De nuevo descansa. Mira hacia el cielo, desde donde la lluvia sigue intensa, la perspectiva cambia. Ahora son imágenes del recuerdo, la nostalgia, la euforia en la quietud.
El bello púbico llamando, el vientre moviéndose al ritmo de una respiración fácil, los pechos mojados, la cara hermosa, el pelo...

Un pequeño salto y ya no está, con su recuerdo ha ido a perderse en la multitud de gotas que llevan al mar. La miran deambular por las alcantarillas y se preguntan el porqué de su alegría.
Solo ella sabe que ha recorrido el mundo más perfecto conocido. Solo ella sabe que la vida era eso, un cuerpo húmedo en la tormenta, un deseo de no olvidar y una sonrisa.

lunes, 1 de junio de 2009


El riesgo presente de la deriva como secuela,
la intuición,
defensa a ultranza de quien aun no responde.
De regreso a mi solsticio
reinvento infancias con charco y bosque
dejando en el pasado los oleos de un secreto
que si no quema invade.
Me quedan los molinos.
Y en ellos desembarco la alergia
para llevarla lejos,
a la posibilidad de naufragio,
a la insurrección voraz,
al mito.