martes, 9 de junio de 2009


La noche se ha convertido en pretexto para el descanso.

Por encima de la palabrería, del adoctrinamiento convulsivo y las miradas cruzadas. Detrás de justificaciones inadmisibles, de gestos airados y sonrisas vencedoras. Escondidos detrás de los cristales oscuros, sintiéndose invulnerables, señores del poder con cabalgaduras negras.

Más allá queda la noche.

Les he visto reflejados en el espejo de su razón absoluta, indemnes después de la guerra, orgullosos, altivos y complacidos, distorsionando los rayos de sol a través de las cortinas. Absolutismo en forma de medalla. Caníbales de lo incierto. Impregnados sin remedio de su propia baba. Y con ellos se iba, escondida en el bolsillo, la alegría de la primavera junto al mar.

Al fin llegó la noche.

El poeta reservó su verso por no cantar desgracias y ellos, fáciles, interpretaron el gesto desde la perspectiva aguda de lo que necesitan. El poeta, sin embargo, mantuvo su silencio esperando un atisbo de lucidez que no ha llegado. Cabalgaduras negras, riendas bien tensas. La silla de montar pulida en oro con flecos de mentira que nos llegan, siempre y sin remedio, precedidos por trompetas y tambores, galopando a través del noticiero de las ocho o perturbando la calma de lo blanco en diarios matutinos colgados en la acera.

Al fin llegó la noche.

No sienten los poetas necesidad alguna de rastrear su estela. No son ni necesarios. La vida se prolonga más allá de la no vida. Lo han dicho con la boca llena, sin pensar, sin acercarse. Recogieron aplausos, eclipsaron las voces, sentenciaron. Sin apenas tiempo para la reacción se sumergieron en el ego profundo de su autocomplacencia y se vieron grandes, altos, fuertes, invulnerables. Dios les acompaña en su recorrido terrenal, calvario necesario para la salvación eterna, sol radiante iluminándoles mientras se acomodan a la derecha del padre. Muy a la derecha.

Al fin llegó la noche, el reposo, la calma, la oscuridad desde la que nacen los murmullos. La necesidad de silencio, los dedos impregnados de tacto sensible, los ojos que por fin se sienten luminosos. La ausencia de Dios. La noche.

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