sábado, 31 de octubre de 2009

Abismos

Abismos en que adentrarse, reacción imprevisible al rapto de sirenas. La oscuridad no es, desde ahora, ingrata e invencible. Un punto de luz al fondo, detrás de la puerta que imagino cerrada y en cuyo picaporte descansa la mano como una caricia en sombras. Cuerpos femeninos cabalgando caballitos de mar en un solsticio. Miradas devorando la curvas que no cesan. Con un guiño me dijo ven y estaba sola.
Dentro, desesperado incluso, el pecho se contrae y se dilata, el ritmo cobra fuerza y se detienen los relojes observando desde cerca las pasiones que repiten la estridencia de los gritos con los que ahuyentar el frío.

jueves, 29 de octubre de 2009

Como consecuencia de las horas transcurridas quedan a veces los reflejos del cansancio en las arrugas de la piel. El hombre, si navega, sabe que los horizontes se mueven y se alejan si te acercas sin que por ello se haga imprescindible desistir del intento siempre lícito de avanzar.
Despega pues el hombre del velódromo improvisado de la imaginación para reencontrarse con el pretexto de sobrevolar los paisajes que los reflejos de luz insertan como perlas en el collar que es la ilusión. En el aire se contagian las emociones y ocurren, no sin deseo, encuentros entre seres antagónicos que buscan, sin que la búsqueda signifique otra cosa que no sea la constatación de la necesidad, el hueco por el que mirar, desde el que percibir el impulso de regresar. Es entonces cuando repara en el horizonte y la distancia.Desde la altura todas las caricias son iguales aunque la racionalidad lo impida. El hombre, si navega, es capaz incluso de describir parábolas allá donde no existe más que un punto

miércoles, 28 de octubre de 2009

Algo inútil

Ha de ser algo inútil, pero no por ello inservible, el hecho mismo de su inutilidad nos ha servido de pretexto. Todos coincidimos, seguro, que no hay nada inútil, que depende del momento, la persona, la necesidad, las ganas. He intentado encontrar lo más inútil, he pensado en una piedra, un cristal, una bolsa rota e incluso a José Luis tocando la guitarra, pensamiento que de no ser por su sentido del humor habría acabado provocando una huida.
Al final he decidido regalarte lo que tienes en la mano: Nada. Y no porque sea inútil, sino porque permite convertirlo en aquello que tu quieres. No es nada en sí, ni siquiera es la nada es, mejor, el vacío. Porque en el vacío no hay nada aunque la nada no sea vacío. Y si la nada es inútil, no así el vacío. El vacío es aquello que aparece si no estas, aquello que queda cuando te marchas y no vuelves. No sé si es inútil pero ha de ser, en todo caso combatido, evitado, reprimido. Te regalo el vacío para que lo llenes, para que lo alejes si te alejas y así no quedarme yo vacío en espera de tu regreso, así estar siempre pendiente de tu vuelta, incluso con frío.

sábado, 24 de octubre de 2009


Es posible que desde el último pensamiento hayan ocurrido acontecimientos que, si bien pudieran parecer insignificantes, se corresponden con las expectativas que relacionan la experiencia propia con la creación de una personalidad social a veces no valorada en su justa medida. Las aglomeraciones que provocan la morbosidad de ciertos temas contribuyen únicamente a esclarecer las razones que, de alguna manera, constituyen el norte ficticio de la colectividad. La literatura, el arte en si o la creatividad que mana de las plumas prodigiosas o las manos artesanas queda, en muchos casos, eclipsada por el tema/pretexto. Si el artista, el creador, opta por una línea argumental que le permita desarrollar su teoría de la vida, la aglomeración, como tal, interpreta el argumento como tema único y se desmarca de lo importante.
Trajes largos y brillantes, flores en el ojal y un hombre tratando de crecer.

lunes, 19 de octubre de 2009

Estaba oscuro. Se presentía el silencio. Quiso recomponer un pasado que sobre su espalda mantenía todo el peso de lo inolvidable. Recordó a Simón. Lo vio tan cerca que pudo respirar con él, acompañarlo cargada con el viejo transistor, insistente, plagado de pegadizas melodías y las confundibles señales horarias. Sin darse cuenta sus manos intentaban resucitar algo más que un personaje, una historia, una vida en la que muchas otras descansaban. Simón no solo centralizaba los recuerdos sino que con su porosidad era capaz de absorber las ilusiones, los deseos, los falsos recuerdos, los sentimientos, la noche incluso ahora que aparecía señorial y desmedida. La presencia de Simón le daba seguridad, casi ambición, pero sobre todo mucho deseo.
La amiga Parker corría y de sus entrañas brotaban las miradas necesarias para volver atrás.

"Tengo frente a mí la fotografía de Simón y no sé que me dice.
Los recuerdos se han borrado. Me viene a la memoria, no sé si cierto, una puntualidad extremada a la hora de comer y por supuesto la sidra con gas en botellas verdes y caja de madera. Mirando su fotografía me esfuerzo en encontrar un timbre de voz o una expresión que me acerque otros recuerdos pero no aparecen. Tengo la sensación de haber sufrido la amnesia del tiempo, de que hay visiones del pasado que no me pertenecen, de experimentar en mí la fugacidad de las sensaciones. Pero me niego a ser indiferente. Bien. Está apoyado en el hórreo, las manos sobre la madera reseca y arrugada. También él me parece reseco y arrugado, cincelado por el paso de las brisas que traían noticias que olvidar. Pero esa es solo una sensación nacida de la ignorancia, del deseo, tal vez. La expresión de su cara me parece triste aunque en mi memoria no exista esa tristeza. Es más bien una expresión de soledad encubierta, matizada por los ojos ausentes, como guardando secretos en el bolsillo interior del abrigo. El cabello era blanco encima de las orejas y, a medida que ascendía, aquella montaña iba volviéndose más oscura, abandonando el brillo plateado para convertirse en terreno fértil sobre el que sembrar los deseos. La mirada en otra parte, en aquella otra parte que todos ocultaban. La cara relajada.
El cuello embutido en la camisa, abrochados todos los botones.
¿Qué piensa? Miguel podría contar muchas cosas de Simón, el primo Miguel. En su voz a veces aparecen nudos que le impiden hablar. Él hizo la foto, lo miraba a través del visor, la cámara asida con firmeza, el ojo izquierdo cerrado y el universo entero esperando un clic definitivo, que retuviera para siempre el sentimiento escondido de Simón. Miguel podría contar lo que yo no puedo ver en un papel manchado. Pero Miguel no cuenta, su silencio es la carga de lo vivido, lejos, en el mar del olvido deseado, donde no hay madres que perder, donde las olas se llevan la pena que nunca has querido mostrar, donde se purifican las lágrimas que se esconden detrás de la mirada.
Mirándolo sé que quiero desnudarlo, pasa el tiempo y no comprendo que le falta y que le sobra.
El transistor de Simón distinguía entre dos tipos de noticias, las radiables como la construcción del muro de Berlín o que el bailarín Nureiev se pasaba a occidente en las que se extendían y recreaban y las que se callaban, las más: El fracaso de la expedición anticastrista en Bahía Cochinos, el vuelo de Gagarin a bordo del Vostoc I, el lanzamiento del Twist por Chubby Checker o la constitución de la Unión de Fuerzas Democráticas, opositoras al franquismo. Mirándolo bien el transistor de Simón era un perro fiel de compañía, también de compañía fiel.
Salvable, por supuesto, la historia de Huget, la rica francesa a quien las ondas radiofónicas habían convertido en amor inimaginable de Simón, sustituto de aquel otro que el tiempo le había arrebatado y había guardado en su recuerdo ajeno a esta otra vida.
En silencio, Simón, piensa. Alicia estará instalada con un hombre fuerte, trabajador y blanco. Quiere creerlo. Es incluso probable que le hubiera olvidado o que no quisiera recordarlo más. A fin de cuentas había huido y las huidas son como relatos de terror de los que no queremos seguir hablando, que nos dejan en el cuerpo secuelas incurables y acaban por olvidarse por una necesidad vital de hacerlo. Quedaba a cambio aquel refugio en la radio, el parte de las doce, la novela de las seis y una espera interminable y sin sentido.
De cerca a Simón le pesaba la mirada y las manos se refugiaban en la ausencia, con la sonrisa hacía guiños a la distancia y guardaba muy para sí los recuerdos, secretos custodiados debajo de unas cejas grandes y plateadas con las que esconder lo más personal, lo que la sospecha desestima.

Era poco probable que la radio nacional diera noticias como la manifestación en la Habana contra los EEUU en enero del 61. No estaba seguro de haberla oído o de querer oírla. Pero a fin de cuentas ¿qué provecho sacaría él de noticias de ese tipo? El grito parturiente de su madre se había confundido en la distancia con las consignas de Martí, contundentes, en la constitución del PRC . Ese mismo grito había salvado todo el océano para ser testimonio de la declaración de guerra de USA a España, intentando ser garante de la independencia de Cuba. Había sido un grito de rabia, de poca esperanza, con miedo a lo desconocido y cansancio de guerras. Tenía seis años cuando los cruceros “Maria Teresa”, “Vizcaya”, “Colon” y “Oquendo” se lanzaron en llamas a estrellarse contra las rocas ante el fuego americano. El no lo sabía, pero esa era la razón por la que embarcó por primera vez. Por el fuego.


Simón viajó por primera vez a cuba en el veintiocho. En Camagüey compartía casa, más bien choza, con Eladio. Se dejaba llevar por la experiencia de su compañero. Eladio había llegado a Cuba en el veinticinco. Un año en la Habana y se trasladó a Santa Cruz del Sur, frente a los Jardines de la reina, coincidiendo con la apertura de la Central de Santa María. Después de la fundación de esta fábrica empezaron los cierres. En la ciudad de los Tinajones llevaba apenas seis meses. La reducción de la zafra propuesta por Verdeja nunca había sido un obstáculo para los emigrantes gallegos, tan acostumbrados al trabajo duro y las condiciones precarias. El colono les había concedido el derecho de uso de una las sus cabañas. Era un privilegio que pocos entendían y que Simón nunca quiso descifrar. Tal vez la hija del Mayoral compartiera el secreto con Eladio o, quizás, no había secreto.
El mar devolvió un día a un hombre en cuya sonrisa se dibujaban los trazos de una culpa. Traía un silencio anudado en la garganta y una lucha interior que ninguna de las cartas evidenciaba. Ya en casa una mujer menuda le acercaba el vino y el pan. Le miraba e intentaba no inculparse por tanto tiempo de silencio.
Desde tu partida no he sabido escribirte

No he querido dolerme con tu recuerdo

Del carbón a la plata y de ahí a la nieve
(Trocado el carbón en plata y luego en nieve)

Te has colocado en las antipodas de tu correcto paisaje


El puño levantado cayendo sobre el barro

¿Por qué si ha amanecido no he vuelto a recordarte?

El arbol viejo que tiene el corazón en suspense

domingo, 18 de octubre de 2009

Llora si así consigues que mis ojos no se aparten de tus lágrimas,
si con ello provocas la emoción temblando entre los dedos,
si llegas a las nubes y desde allí
en un reflejo transparente
vuelves a la tierra, a poseer el encanto de las mariposas.
Llora porque habrá un rincón donde te espere
para llorar contigo la sin razón del llanto
para volver despacio
a la caricia,
hacia el abrazo
al beso
y a la nostalgia:
solo necesito un pretexto
para el desenfreno.
estoy aquí
me voy allí, donde estas,
donde hay primavera y flores grandes,
donde cantan pájaros,
donde la locura se mezcla con el placer,
donde tu rostro risueño me atrae,
donde quiero verte a contraluz,
donde caen hojas sobre tu pelo y se convierten de pronto
en suaves maravillas
bajando por tu cuello,
rodeando tus senos,
descubriendo tu cintura y bajando por tu pubis al frescor de los tobillos.
Iré allí y estaré quieto
viéndote pasar,
sintiendo que te encuentro en el laberinto verde
donde me he perdido antaño,
donde quiero que descubras
la verdadera duda
que mi cabeza esconde.
Allí, donde sentiste
el deseo feroz de aniquilarme
para llevarme siempre
sujeto a tu cintura,
allí donde si puedo descansaré del día
con el tacto suave de tu piel en mi boca
allí me iré si quieres
y cuando vuelvas saldré gritando
a verte
subir por la escalera,
entrar por la ventana,
mirarme muy despacio
y acariciarte el pelo.
Me gusta tu sonrisa
estoy loco
de atar.
Átame si quieres con tus brazos
así seré el esclavo
de lo que tu mas quieras,
de lo que yo ya quise
y nunca me ha sobrado.
Voy a seducir a quien me mira:
la mujer,
la luz,
ese placer prohibido que casi desespera.
Voy a aparecer con el sigilo
de las noches tranquilas,
voy a seducirla toda
porque merece
de la belleza
todolo que darle pueda
voy a verla llegar con un suspiro tal
que de los dioses merecería ser doncella.
Voy a llevarla lejos, para ser suyo apenas un instante
y si se deja,
la besaré en los labios
muy despacio
para que parezca solo
una mentira.
Se hizo el silencio y esperan todos.

sábado, 17 de octubre de 2009

La sensación a veces me remite a la ausencia
y la ausencia al miedo
y el miedo a la nada
de la oscuridad vacía.
La noche y la tormenta
como pretextos de vida
para saberse heridos
de un arma invisible.
Sentencias que caen sobre el pecho blando
de quien apenas sabe
ni siquiera pretende.
Aire viciado, manos heladas
que cuando se agarran fuerte
se alejan del cuerpo.
Ansias de una alba con pompas de jabón
que en el recodo verde
de aquel camino eterno
quedaron recluidas para la eternidad.
Y el hombre supo que los corazones mienten
cuando acercó la boca y el agua no manaba.
El hombre es laberinto de su razón escasa
es cascada viciada de un río sin tormentas
y sabe que no tiene mas tiempo desde ahora
para sentir que corren vientos en su norte.
Se desahoga siempre en su delirio
y vuelve a retener el hálito que exhala
para que ya nadie sepa
siquiera en un segundo
que hay pieles que se rompen,
miradas apagadas
y un hondo suspiro en la penumbra
camino de su casa.
El mundo a veces es pequeño, otras inmenso,
de lo sublime a lo caótico,
de lo sutil a lo burdo:
la eterna dualidad para la vida y la muerte.
Mejor el silencio para conseguir la calma.
A veces pasa.

jueves, 15 de octubre de 2009

De la soledad

Si la razón me dice el momento de la aventura, la sin razón me vuelca en ella. Y quedo así sumido en la más profunda de las dudas. En el sí o el acaso. Una forma de estar perdido dentro de la apariencia de fuerte y vital.
Las soledades son, a veces, una forma de ser. También necesidad. Incluso pretextos para vivir. Las soledades son lo que queda después de que la sin razón me lleve a la duda. En ellas olvido mi dialéctica y escondo mi sonrisa cuando no se si seguir o regresar. En las soledades, las que quedan después de que desvelas el misterio.
Tengo en la soledad, a la vez, el enemigo y el amigo más incondicionales. Me hace naufragar para luego rescatarme y pretende de mi lo que yo no sé si puedo. En la soledad me escondo cuando tengo que llorar, porque también los fuertes lloran y sienten placer, y euforia que contagian a quienes le escuchan.
En mi soledad hay agujeros negros capaces de devorarme entero, pantanos profundos y selvas intransitables como avenidas rotas de ciudades monstruo. Hay cacerías y órganos vitales afectados. Deseos interrumpidos por lo que ya no queda. Es mi soledad y con ella avanzo hacia donde creo poder rescatar el paraíso que sin duda existe.
De la soledad salen los criterios que perduran y los contenidos amorosos con los que disfrazar la dicha. De ella aprenden los transeúntes a prever el futuro y despejar el presente. Con ella se acuestan los creadores, ejecutivos y curas, prostitutas y conserjes, ministros y viandantes.
Mientras permanezco aquí: perdida la mirada y el corazón muy lento. Esperando. Sintiéndome ausente del contexto. Sintiendo que me faltan las comillas que me aparten de la idea inicial. Permanezco alerta, con la inseguridad de los que ya no saben cual es su función en la cadena.
Una historia de amor es solo un verso. Si lo escribes corres el riesgo de perder la historia. Por eso yo quisiera prolongarlo tanto en el tiempo que fuera eterno. Disfrutarlo hasta el fin. Sentir que no se acaba y cada palabra es otra caricia. Un verso incapaz de dormirse, indestructible, casi animal. Y así, una historia nada fugaz; un deseo reprimido de mantenerse a flote y saberse correspondido.
Pero siempre surge la duda. Aquella a quien los filósofos atribuían el poder real. De la duda sale el conocimiento. Dudar para saber. Pero en mi la duda no es sino la mas infame forma de indecisión. La duda me trastorna y me atenaza. Me siento, con ella, como individuo desencajado en camisa de fuerza, con frío. La duda me tambalea y caigo como las hojas de otoño. La duda es la sentencia de un silencio aterrador.
Y después de la duda siento un vacío. Se me rompe el cuerpo y las palabras, entrecruzadas en mi garganta, ahogan el deseo de decir y ya no puedo ni seducir ni ser poeta. Me lleva a laberintos de los que no se salir y me coloca en medio de un desierto sin sol.
De mi locura queda entonces solo el deseo de no llorar y la agonía lenta de quien esta perdido.

martes, 13 de octubre de 2009

De regreso a los sueños corro el riesgo de no entenderlos. Hay noches ensimismadas con la idea de desestabilizar las corazonadas. Imágenes alborotadas con el fin único de diseminar las ideas que van configurándose como una pared alta en construcción. Son noches que, en contra de la seguridad y la creencia, repercuten de forma directa en el día, y ocasiona vientos y algunas lluvias que nadie más aprecia. Es imperdonable la inestabilidad en la cubierta.
El lugar, como siempre era extraño. Catres alineados pegados a la pared, debajo de la escalera. Rostros detenidos. Falta de sonidos. La razón no asimila las condiciones ni sabe muy bien de donde procede el desasosiego. Parece que todo es aceptable por la condición misma. La comprensión como excusa del comportamiento.
Reconozco que las imágenes no solo me impactan en la noche sino que además se apoderan de una parte de mí escondida en el cajón de la cómoda aunque sé de antemano que sucumbirán, que no tienen futuro. Tal vez son simplemente las frutas y manjares que decoran los manteles sobre los que reescribir historias.

martes, 6 de octubre de 2009


De regreso encuentro el espacio oscilando entre la desnudez y la falta de luz. Esquinas verticales viciando el aire que ha de sucumbir a la presión de los dedos mientras los ojos recorren la última división de la distancia. Pasos cortos avanzando hacia el vértice insalvable. Las manos extendidas. La oscuridad en frente. Soy hombre con sombrero y despierto de lo insaciable en mi regreso a lo visible. Debería pretender no estar tan lejos, ser más preciso, saber que el mundo no es ya una esfera sino la cumulación de trazos multidireccionales imposibles de seguir. Aquel azul que lleva a la hipérbole de la risa se cruza sin reparo con el rojo, más dilatado, más personal, menos exacto, con intención inequívoca y apresurada de pretender el frescor de un río en sombra. Tal vez entonces piense que hombre y trazo son sinónimos y complementarios, rutinas de un mismo universo en cambio, deseos de estabilidad en el maremoto que provocan las mentes frente al misterioso mar de la existencia.
Dios no siente la necesidad de ser perfecto, el hombre la ha dotado de inmunidad y él se manifiesta omnipotente. Pero el hombre ha decidido interrumpir el flujo de corriente y la máquina divina se acerca al pánico. Una línea interrumpida que no conforma ya la esfera.
El espacio oscilando y en el péndulo el deseo de redescubrir lo que me acosa. La necesaria suma de deseos y el rumbo marcado en pergaminos grises, sobre un fondo de mar con algas que incita al naufragio de las flores.

domingo, 4 de octubre de 2009

Ellipsis

En el interior de la ellipsis no quedan partículas de aire a las que asirse. La constante no es vital, es reflejo del giro desesperado de los ojos que oscilan entre los focos dibujando señales de alerta en fases cortas. En plano, como un océano sin olas y dos barcos incubando estelas circulares que al alejarse regresan a la costa quieta y al sonido interpuesto.
En la ellipsis no hay espacios por llenar, ni volúmenes, ni las mentes corren riesgo de rondar el desequilibrio y la sobredosis. Solo superficie sobre la que dibujar lo inesperado, en la que construir senderos de ida y vuelta indispensables para no perderse en la incandescencia fugaz de una luna llena que se esconde al paso de las nubes.
En la ellipsis se incrementa el riesgo de nudo en la garganta y aparecen dudas sobre las que debo decidir sin estar seguro de la necesidad que intenta sentarse en mi ventana, la visión en niebla de mi desnudez a solas.