jueves, 26 de noviembre de 2009

Cuando el niño destroza su juguete, parece que anda buscándole el alma.(Vitor Hugo)


He roto mis juguetes en busca del alma. Allí estaba, pequeña y quieta, pertrechada detrás de una brizna de hierba que por error vino a reposar en el la inquieta imaginación de un niño en ruta. El juguete sonreía como solo los juguetes saben hacerlo, con insistencia, sin acritud, con una sobredosis de afecto y de ternura.
Una rueda de madera sale corriendo, a cierta distancia, sin acercarse a la fragilidad de una hormiga que navega océanos sin agua. La rueda ensancha el horizonte, agranda el universo mientras el insecto, ágil, sortea el obstáculo que es una arena blanca, un resto de cuarzo desde el que emprender un viaje a lo infinito, surcando el mar brillante de un fragmento de mica que refleja las nubes en verano.
El alma del juguete observa y el niño observa porque tal vez él sea solamente alma si es que el alma es algo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

En la distancia reconozco el andar pausado de un hombre sin frecuencia. Mira sobre los cristales, recuperando el tesoro de la luz que necesita. Un hombre que al acercarse es aun más menudo y desprende mas ternura. Su Dulcinea espera y él le brinda la posibilidad de la locura a lomos del incansable Clavileño, surcando con el vértigo un cielo inmenso, sintiendo como el sol penetra por los poros, adentrándose en la fascinación y el reencuentro con lo que al fin es vida. Él sabe que la historia no tiene el final que escriben los autores, y que en cada capitulo se interpreta un fragmento de los sueños que son la vida. Ella, impregnada por el deseo de saber que la sonrisa esculpe los abrazos, se aferra a la cintura escasa del caballero insomne y vuela sintiendo la presión del cuerpo con el cuerpo. Clavileño sabe que ahora transporta la ternura tan alto como la ilusión decide y se interpone entre los monstruos y las esferas, recorre constelaciones espoleado por la brisa en amorosa danza con una cabellera larga, negra, sutil y frágil.

martes, 24 de noviembre de 2009

Sin verte te recuerdo porque la luz
salió desde tus ojos
para romper el muro de mi futura amnesia.
Te recuerdo en penumbra
pero sonriente.
Alta la mirada,
cayendo hasta mis ojos
con la expresión del tiempo dulce de los besos.
Recuerdo tu figura y la imagino blanca.
Y la percibo húmeda,
perdiéndose de amor entre mis manos.
Te siento en un abrazo y el cuerpo se estremece
con solo tu contacto.
¿Y el contagioso estar que la caricia invoca?
En las nubes dibujo tus rostros
y descubro que son todos mil lunas semejantes.
Todos suspendidos en el aire de una canción que invento.
Todos.
Me veo tan poeta
que soy capaz incluso
de crearte hoy mismo
partiendo de la nada,
depositarte a salvo en las praderas frescas del paraíso mismo,
verterme por tus poros
para que me poseas.
Y si al abrir los ojos no sé si has regresado,
me siento tan pendiente del desespero eterno
que quiero no volver a conciliar el sueño
por miedo a que se pierdan
los cálidos paisajes suaves de tu cuerpo

lunes, 23 de noviembre de 2009

Quiero saber que aun te acuerdas
pero dudo.
Dudo del aire que nos separa,
de la luz que no trasluce,
de todo este silencio
que al no saber si estas es tan tremendo.
Me gustaría perder un año
de mi vida en nada
para después pensarlo
y darte un beso.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Por razones de salud el insomnio ha desaparecido de mis contornos. Dentro de las coordenadas de la ilusión caben los momentos de vigilia, aquellos que conllevan la necesidad de callejear en busca de una mata verde de musgo en la piedra dormida de la catedral en trance. La inquietud desaparece cuando por fin alargas el brazo, extiendes los dedos y palpas la suave rugosidad de sus pistilos. Entonces es mujer y se despierta embriagada del éxtasis que extrae del sueño inevitable.

domingo, 15 de noviembre de 2009




En la comisura de los labios apareció la humedad como expresión de la necesidad. Las intermitencias del tacto desposeían al aire de su densidad e increpaban a las esferas en un deseo apresurado de detener el tiempo. Dejarse llevar por la corriente como defensa no evitaba la exclamación y la súplica. Luego vendría la ternura y con ella la oscuridad de los parpados apretados y las manos aferrándose a la piel. En la brevedad del suspiro se decantaba el vino de las emociones. E = mc2. Tal vez así descubra que un segundo de placer equivale al placer total del universo.

sábado, 14 de noviembre de 2009

En algún momento,
en las intermitencias sensibles de los ojos,
cuando la falta de luz
modifica equinoccios
y transporta los silencios,
las fachadas oscuras de lo inesperado
ruedan:
Solemnes monumentos,
confusos argumentos que justifican
la diáspora
o la huida,
la insatisfecha transigencia de quien rige
el constante giro de los astros.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Cando te atopo deitada na praia, vexome percorrendote ate saciarme de ti. Observo como te atraen as ondas e algunha geivota merodea o teu redor, na tua defensa. Aprousimome paseniño, con recelo e vexote mirarme. Sinto o dardo dos teus ollos clavarse no meu corpo pra logo recollerse e perderse de novo no horizonte dun mar azul con barco ao fondo. Adiviño o teu calor porriba da area e recreome en aventuras, sonos e fiestras ao infinito que, unha vez desposuidas da miña dose de fantasia non son mais que balados a saltar, obstaculos prematuros a un desenfreno sin proieto, causa nen futuro. Detrás de ti, sobrepondose ao aire, hay nenos que xogan e me ouservan ouservarte. Unha nube enluta o uneco raio de sol que te alumbra. Un soplo de vento arremolina o teu cabelo no desorden e ti perdeste confundida coa area.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Despacio. La impaciencia provoca ansiedad y recelo ante el camino por recorrer cuando las curvas son dulces.
Silencio. Antes incluso del último desacuerdo sobran las palabras que no han de ser oídas, las de diccionario frágil.
Y así, en la vorágine del desencuentro con la primavera aparecerán los trazos imprecisos de lo que ha de acontecer. El hombre con sombrero sabrá discernir y el recuerdo formará parte de la indecisión en la que se vierte el inconsciente.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

A modo de Intro

Hace dos millones de años que el género “homo” circula por las calles naturales del planeta. Habilis, Rudolfensis, Ergaster y Erectus se confabularon para, de un mínimo salto, apoyando sus manos en la espalda de Preneandertaliano, presentarse antes de ayer, doscientos mil años, como representante superior de la última casta en forma de “Homo Neandertal” y después en “Homo Cro-Magnon”. Antes, mucho antes, el Australopitecus miraba de frente no sabía qué.
Por alguna razón, el Asutralopitecus Africanus se negaba a bajar de las ramas y miraba desconfiado a su izquierda (para él no existían izquierda y derecha) por donde el Parantropos aparecía pícaro y ligeramente erguido, pero con esa tendencia a la caída que la gravedad adosa a los cuerpos. Lucy, sin embargo, como buena Austro Aferensis gozaba de un desparpajo inusual en la época, y es que, cuatro millones de años atrás, en los telediarios no aparecían aquellas tendencias referenciales.
Es llamativo que los cuatro hermanos “australo” tuvieran inclinaciones tan diferentes. Así el Africanus no bajaba del árbol y Lucy perseguía al Parantropos Garhi, el Ramidus desertaba y el Anamensis pedía ayuda a los homo que casi tres millones de años después miraban a otro lado.
Los Parantropos por su parte, dividían sus aspiraciones de forma más simple, podríamos decir que supervivencia pura y dura. Garhi huye de Lucy por miedo, aunque no estuviera del todo probado que Lucy tuviera algún interés depredador, más aún a juzgar por su cintura estrecha y armoniosa, fruto seguro de una alimentación vegetariana, bulbos y vallas tan abundantes entonces. Boisei y Robustus, sin embargo habían descubierto la difícil supervivencia de Africanus fuera del árbol y se aproximaban sigilosos pero decididos en espera de la noche que les brindaría la posibilidad de la caza. Aun sin ser homo, ya habían descubierto que, en el fondo, la supervivencia es cuestión de cacería.
Desgraciadamente para todos ellos, han llegado los homo, resueltos, serios, recios e invulnerables. Habilis y Rudolfenses emprenden el camino en busca de la erección total, sin que ello tuviera nada que ver con la turgencia. Erectus, por su parte con sus movimientos en círculo pretende apoderarse del ajuar bélico de Ergaster, más pendiente del camuflaje de pre Cro.Magnon, agazapado detrás del seto y observado por Cro.Magnon, el sapiens. En este punto Neandertaliensis gira sobre si en busca de un poco de historia que lo mantenga en la línea sucesoria, pero Sapiens acapara la escalera y se apodera de la evolución. Misteriosamente Pan, el chimpancé, y Gorilla se han mantenido a su lado, sin miedo y a su aire.
Después de todos ellos, cambiando su carné de identidad pero no la foto, aparecieron seres menos importantes, y no hablo ya de arquitectos y doctores fieles compañeros de Tutankamon, no, menos. Aristóteles, Platón, Séneca, o, porque no, Sartre, Rosseau, Marques de Sade, Ortega y Gasset, Lorca ….

El sabio intentaba identificar la especie con la pasión del artista frente al lienzo y hallaba definiciones inaplicables a la generalidad. Parecía que Homo no era más que una suma indefinida de homos pequeñitos con los ojos cerrados, la boca abierta y la mano en amenaza.
El sabio empezó a analizar entonces las individualidades. Abrió el cajón y encontró a Jackson Pollock y aquello del dripping. Pudo haberse encontrado con Picasso o Dalí. O también con Miguel Angel, Donatello, Goya, Sorolla o Tapies. Pero era Pollock, goteando insaciable sobre la tela extendida en el suelo, luciendo su media calva y fijos los ojos en la gota que caía. Tras él, detrás del armario, apareció Lederman, el viejo Leon Max y su “ípsilon” . Pensó en la tristeza de descubrir que la “belleza” no era más que un número cuántico en el que perder la imaginación. Tenzin Gyatso abandonando el Tibet con una lágrima, una sonrisa y la mano en paz. Nixon, Márquez, Juana de arco, Ronaldinho e Isabel II.
El Sabio descubrió pero no supo. Faltaba el intento por pasar desapercibido, la piel rozada por el viento o el silencio en el momento exacto. En su tubo de ensayo fue vertiendo los líquidos precisos, aderezándolos con las palabras claves: hombre, mirada, gesto, íntimo, mano, día, aire…y todo el abracadabra que sólo los sabios poseen y de los que se valen para saber lo inaccesible, lo imposible y lejano.
Del humo salieron unos ojos pendientes y una sonrisa que apenas tuvo tiempo de caer y ya había sido recogida en un cántaro blanco, reservada para el experimento final. El sabio, sentado, recordó aquel día de molinillos en los rápidos del arroyo y los árboles frontera del río. Supo que estaba a punto de descubrir al hombre. Su mente corría, en su imaginación lo veía andar, subir las escaleras, parar frente al estanque y mirar el horizonte. Era pequeño, suave, y a la vez fuerte y generoso. En sus bolsillos guardaba el secreto para convertir lo cotidiano en excepcional, lo racional y lógico en banal e innecesario, lo insignificante en vital, la lluvia en fuente fresca, el miedo en sorpresa y algunos silencios en armónica canción de tiempo detenido. De sus labios salieron flores recién regadas y un olor a menta con limón fresco y reconfortante. De una sonrisa puede salir todo eso, puede venir acompañada de lo inimaginable, casi de lo sublime. Es contagiosa.
En aquel pequeño tubo aparecieron entonces historias contadas, cuentos de caballeros quijotescos y bailes nocturnos en la hoguera. Aparecieron olas de mar cabalgadas por peces juguetones, cristales de colores invitando a mecerse en el arrullo de un momento de calma. Aparecieron esferas gigantes y un racimo de frutas salvajes colgando de los dedos blancos y pequeños, marcando el tiempo y absorbiendo lo que quedaba de día antes de que fuera tarde.

El sabio supo de pronto. Sin descubrir supo. Y no pudo olvidar, ya no quiso olvidar.

Y ella, en el olvido dejó el corazón. Atravesado en medio del camino, incapaz, resignado. Las ventanas atenazan la mirada si detrás solo queda el frío y los caminos agitan las sombras cuando florece el silencio. Los piquetes acuden pero no remedian, solo el paso del tiempo los hace imperceptibles. La mujer. La vieja.
Los años son un escenario donde se desarrollan las más bellas escenas, las emociones más fuertes, los silencios más largos, los sonidos profundos, las batallas, los sueños... El teatro personal sin el cual que no podemos existir. Los años no son el tiempo que pasa, son el tiempo que vuelve, un segundo perdido deja paso al nuevo segundo que lo recupera. Los años, puestos en fila, son el ADN real de la mente, la savia que circula por el tronco hasta las hojas que son los gestos, las miradas, las pulsaciones del corazón... Los años tienen por costumbre apoderarse de quien los cumple, con tanta fuerza que casi se olvida de si mismo y todo es tiempo en suspensión. Son amables, traicioneros, sinceros, suaves, caprichosos,... depende del momento, las temperaturas o el color de pelo del vecino del cuarto. Los años se suben a la espalda y cabalgan largo trecho, por selvas, playas y prados junto al río. Los años son el teatro personal al que solamente uno mismo puede asomarse, el que tiene siempre las entradas agotadas, el verdugo del aburrimiento. Con los años surge la necesidad de la calma, el silencio, la mirada perdida.

Telas negras sobre cabellos blancos. Rostro sereno, casi ausente. El sabio la vio acercarse sin ceremonias, lenta, entera. Los sabios, a veces, sienten miedo de su sabiduría y se refugian en descubrimientos nuevos. Recurren a lo posible para negar lo cierto cuando hay riesgo de dolor. Telas negras. Si pudiera recogería de la lluvia el agua que me pides para llenar tus ojos de lo que falta. El sabio reconoció, pero no supo. Era un sonido leve, lineal, tímido, que recortaba el aire.

Y sobre el aire aparecieron estructuras capaces de sobrevivir. Rectas y curvas en combinación perfecta recortando el paisaje. ¿Para que sirve el paisaje? El hombre que reía tenía el paisaje en ausencia. El hombre que reía no tenía paisaje.
El sonido sólido de los cinceles hiriendo la piedra, las manos asiendo firmes martillos y buriles, los ojos atentos y la mente dispuesta. Moisés surgiendo de la nada con el brillo blanco. Cuando de la mente se escapa un pensamiento el aire lo recibe alborozado, intranquilo, como un niño en carrera. El niño tira piedras al vacío, a la oscuridad, desde el aire. Locomotoras, transeúntes, la parábola perfecta del objeto que salta. La ciudad tiene un viaducto metido en el bolsillo capaz de descifrar la ecuación fantasma que el sabio recompone en la memoria. La ecuación de lo posible, de lo imperfecto, la que un día quiso perpetuar incógnitas y se precipitó. Te redimo de la posibilidad de no ser pero te espero después de haber cruzado un río de melodías. Luego descubro que ya es de noche y percibo la brisa en la cara, en el breve instante anterior a la parábola que describe la roca en el espacio.
El sabio y la vieja, sonriendo, rozando las yemas de los dedos en el aire, el del viaducto. Lejos luces y pájaros durmiendo. Hay un recuerdo al que agarrarse pero hace frío.

martes, 10 de noviembre de 2009

Mantova

Desde el principio la carne fue carne y los restos de pétalos adheridos a los cuerpos rememoraban las sensaciones vividas al calor del volcán, en Laetoli. Los aromas confundidos perduraron en el tiempo trocando la animalidad en pretexto.
Una lluvia fría mojaba la pasión mientras las cenizas escribían la historia. Él y ella como un acorde menor sin resolución. Los ojos y las manos en competencia con la risa que intentaba existir. El más pequeño mirando el abrevadero antes de reanudar la marcha en dirección norte, en busca de la tribu.
En Laetoli las rocas se impregnaron de la sensibilidad propia del animal en celo que aun no sabe de la historia ni cree en la posibilidad del eslabón. Cuerpos enmarcados en el paisaje como razones para la subsistencia. Cuerpos poseídos por la desesperación del deseo que luego fecundaron y, de regreso, procuraron no saber.
Con la noche desempolvaron la sonrisa y la llevaron al rincón donde reposan las emociones. Allí soñaron un sueño de animal en calma y esperaron el frío que mantuviera intacta la necesidad creciente de un abrazo a oscuras.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Las piedras en el fondo,
luna que no mira,
mano que se acerca,
fuente en el camino que riega los helechos.
La inocencia sobre una cima
blanca
de nieve.
La alfombra del otoño en los zapatos
apresurando el soplo
inesperado de aire
difuminando sueños,
dibujos sin contornos que medir,
discontinuas expresiones
con las que mantener en vilo
las ganas.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Era
pero sin razones para el desconcierto
sin cálculos ni medidas,
arropado por el imperativo
de describir la noche que ha pasado
en círculos con manchas en los bordes.
De regreso en el camino
palomas descansando
y entradas,
y salidas,
cuerpos aferrados a las flores,
encuentros.
Él era
como son las palabras que se dicen
en voz baja y de cerca
los días más pretéritos
asomando la luz por las ventanas,
faros necesarios del encuentro.
Él era y sonreía
después de haberse visto en retirada
y regresar cansado a recostarse
en la cintura frágil,
en la caricia leve
del mar
en pleno invierno.

martes, 3 de noviembre de 2009

Este sol o la forma de mirar en la distancia. Regreso de un dialogo informal con el demiurgo y me presento ante la puerta central del cosmos con la duda incipiente de mi reinserción. Intransigente, me dijo, en invierno y sin sombrero que evite las cicatrices del sol en la piel. Y sin embargo no he recobrado el pánico a la cobardía ni la angustia del sin saber. Debería recordarlo ahora que me invade la quietud de la niebla como un fotograma revelador del niño que sigo siendo. Y del recuerdo deberían surgir astros con bufanda en los que involucrar las ideas. Astros como palomas que atraen los presagios. El demiurgo entonces dejará de ser principio para regresar a los manteles blancos en los que el vino desempolva la desgana y la recubre de brillos que la aíslan. Estaré frente al espejo y subirán pupilas a ver que ocurre. Las manos quietas y el aire escaso.