jueves, 11 de junio de 2009


Hubo un tiempo que hemos olvidado en los rincones. Agrandamos las esquinas, cubrimos sus rostros con sábanas blancas y partimos en busca de acorazados para la idea. Quisimos alguna vez resucitar pero los escalofríos descubrían la debilidad.
En el pasado prendieron las raíces de alguna sinrazón. Éramos tan torpes que no supimos navegar hasta el océano. Ellos resistieron el olvido y la ferocidad. El canibalismo como arma, la oscuridad con pañuelo rojo en el bolsillo y flor en la solapa, la mínima ración diaria de claridad, laberintos, el poder que atrofia las cuerdas vocales de la insurrección... Demasiado cansancio para no seguir.
En tierra de nadie se debate si la muerte es muerte o tránsito a la vida. Se justifica acaso la muerte con el tránsito. De pronto se agradece al asesino cumplir con su función o se hacen llamadas colectivas al suicidio. El futuro como meta implica un presente baladí al que se aferran los doctores de la doctrina, representantes en tierra de la eternidad, embajadores del Dios generoso y vengativo.
El futuro como meta no es más que la justificación del presente doloroso, el escudo al que las manos ávidas de poder recurren para fundamentar la muerte en el presente.

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