martes, 2 de junio de 2009


Ahora que no estás me desquitaré y empezaré liberando tus tobillos de su cárcel, de la tela verde y caliente que los cubre y aleja del contacto con el aire. No te darás cuenta porque seré tan suave y sigiloso que apenas notarás un simple cosquilleo. Aprovecharé para sentir la piel, tal vez me aventure hasta las rodillas, tal vez mas arriba. No lo sé. Es arriesgado no saber.
De todos modos me quedaré mirándote a los ojos para ver si tu reacción es de placer, miedo, sorpresa… o no. Si veo que sonríes seré capaz de darte un pequeño beso. Muy pequeño, inapreciable…
Si veo que sonríes me acercaré a ti para sentir tu tacto y luego me despido con una caricia y, en la acera, junto al árbol que espía tu ventana, alzaré la mirada para ver si sigues.


Te veré desnuda, resbalando el agua por tu cuerpo, mirando alto, los ojos cerrados con la humedad inundándote la cara, diminutas gotas que masajean las mejillas, la frente. Que empapan el pelo, que suavizan los labios.
Una gota rebelde se ha quedado prendida en una ceja. Estudia el color de tus ojos y asoma un poco antes de caer sobre el pómulo. Luego se deja llevar por la corriente rozando tu nariz. Desde el labio superior se escurre hacia el lateral, saboreando la comisura que ahora sonríe.
Ante el precipicio de te tu barbilla respira hondo antes de saltar a un cuello hermoso, perfumado, gracioso. Allí descansa protegida, a la sombra. Allí decide recuperar el aliento antes de cruzar el valle apetitoso de tu pecho, flanqueado por dos montañas firmes, suaves al tacto, llenas de flores.
En el valle suspira y desea no seguir, pero un vientre dulce la llama, como la meseta perfecta, el desierto de la dicha, la locura.
Y en el desierto mantiene toda su ilusión firme en busca del oasis. Largo viaje hasta encontrar la vegetación relajante, el frescor necesario de un monte de Venus en auge.
La gota se mantiene alerta, procurando no caer en la cueva del placer. Y la alerta investiga el camino, aquel donde los muslos y el vello se acarician, unas ingles blancas, suaves por las que pasar en silencio, en las que perderse. La caricia húmeda sigue por la piel que se eriza, rodea las rodillas, se detiene, observa la caída y se precipita sobre la plataforma que cubre el dedo gordo del pie izquierdo. De nuevo descansa. Mira hacia el cielo, desde donde la lluvia sigue intensa, la perspectiva cambia. Ahora son imágenes del recuerdo, la nostalgia, la euforia en la quietud.
El bello púbico llamando, el vientre moviéndose al ritmo de una respiración fácil, los pechos mojados, la cara hermosa, el pelo...

Un pequeño salto y ya no está, con su recuerdo ha ido a perderse en la multitud de gotas que llevan al mar. La miran deambular por las alcantarillas y se preguntan el porqué de su alegría.
Solo ella sabe que ha recorrido el mundo más perfecto conocido. Solo ella sabe que la vida era eso, un cuerpo húmedo en la tormenta, un deseo de no olvidar y una sonrisa.

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