sábado, 6 de junio de 2009


Puedo ver las señales si me acerco. El agua refleja siempre lo que no queda. Señales con guirnaldas evocando la fiesta. Azules en descanso. Lentas como el silencio. Y un hombre con sombrero se decide a alzar la mano, sin pregunta.
En aquella calle, aquel día. Resonaban en la piedra acordes sencillos, y una voz se sentaba en el portal cincuenta y tres viendo pasar peatones. Él tenía la seguridad de su silencio invulnerable. Observaba los dedos autónomos, rebeldes. Miraba el movimiento rítmico de su pie e intentaba descifrar el jeroglífico de las palabras. Una joven rubia cruza la calle y todos desvían la mirada. Hay escaparates que sonríen y dependientas amables con zapatos en las manos. Pasteles calientes en la acera de enfrente.
Un invierno frío en una calle fría. Knocking on heaves door. Debería reducir el consumo de marihuana y situarme en un punto transitable. Reconducir las neuronas a la esfera particular diseminándolas por las paredes en busca de algún informe.
24 de enero. Han vuelto a subir decorando la escalera con una A enorme en los rellanos. Una noche con ansias de ave fénix. Kocking. Metálica percusión. Agitación. Mucho silencio.
En aquella calle, en otro día, las palomas sonreían al transeúnte. Se anudaban la corbata para alzar el vuelo justo antes de las seis. Las piedras rebotaban las vibraciones cansadas de una voz poco profunda. El aire como medio de evasión. Knockin on heaves door. El agua refleja siempre lo que no queda.

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