martes, 16 de junio de 2009


Hoy he permitido al corazón despejar la incógnita de su silencio. Lo he pasado al salón. Sentado en la silla blanca, la espalda recta, las manos en las rodillas y la mirada atenta al movimiento de las ramas fuera, a través de la ventana, el corazón esbozó una sonrisa que entendí de gratitud. Los corazones que sonríen se parecen mucho a las golondrinas recuperando la serenidad del vuelo bajo de los aleros. Son informaciones del devenir y metas perseguibles.
Desde el silencio mi corazón extrajo el bloc de notas, el mismo que, escondido en el bolsillo, mantiene intactas las ideas, las caricias y la resistencia a la tormenta entre los bosques. Me habló, y los relojes apresuraron el paso con cautela. En las esferas el tiempo es, si cabe, más relativo aun. Detrás de cada palabra una pausa, detrás de cada pausa una palabra con la que rendirse. Después de cada rendición el inicio inexorable de la trashumancia, cruzando ríos con flores en la orilla, subiendo cerros horadados por la luz, reposando en valles de fertilidad creciente, sumidos en el sopor de un desespero si la mañana tarda.
La incógnita habita en las hombreras de mi chaqueta verde. Ha venido sola, tan despacio que apenas pude presentir su estela. Y el corazón la mira como quien prefiere la suavidad del aire. El silencio me recorre como es, callado. Y el corazón pregunta. Me ha pasado al salón. Sentado en la silla blanca, la espalda recta, las manos en las rodillas y la mirada atenta al movimiento de las ramas fuera, a través de la ventana, esbozo una sonrisa que debe ser, supongo, de gratitud inmensa.

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