lunes, 15 de junio de 2009


En los Tinajones se quedaron sus recueros debajo de una falda larga, frente a unos ojos negros, pegados a la sonrisa de la mujer cubana, presentes en la distancia que acomoda las tristezas y las devuelve con el oleaje al punto de partida.
Y el punto de partida no es el mismo en cada idea. Ir, venir, volver y regreso confundiendo a las brújulas y, con ellas, a los ojos. Mirándole de frente tal vez era la ausencia, el vacío, la pérdida, el peso de su cuerpo pequeño aunque robusto.
El punto de partida empezó por ser un prado verde junto al arrollo, la lluvia menuda, la niebla. Se trasladó en barco a lo lejano para establecer los lazos de una soledad sin manos, ocupadas como estaban en la zafra y en sujetarse a si mismas. El punto de partida, a menudo se convierte en destino cuando ya no quedan salidas y cuando los deseos chocan con una realidad extraña.
De sus puntos de partida me queda esta pérdida momentánea de presente que se adueña de mi voluntad tan a menudo. De su silencio conservo el mío, capaz de no romperse en las tormentas. De su distancia un signo de admiración después de una mirada.
La reinvención del pasado como escudo protector ha permitido modificar los sentimientos. El individuo arisco, sentado al sol junto a la iglesia, precedido de la tenue sintonía de un informativo partidista, da paso a una proyección de hombre sobre hombre que se confunden. Él, sin saberlo, ha reconstruido las ruinas de un no ser angustioso que va tornándose verde pastel.

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