sábado, 5 de septiembre de 2009

Los barcos navegan en abanico

He decidido que el recuerdo no sea intermitente, que se prolongue incluso más de lo debido y acuse la presión de la necesidad como el nudo en la garganta del adolescente enamorado. Pocas veces se conquista un planeta con tan poco frío.


Por encima de lo indebido ha estado la necesidad de sentir, la intención de mantener la vista arriba, peligrosamente encendida. Aparecieron de pronto, como de la nada, figuras que trasladaban la mente a la precariedad del pasado reconvertido desde el que han zarpado las naves en busca de tierras nuevas, no para conquistar: tierras de las que beber, saciar el hambre e insuflar el aire ya sin remedio. Los barcos navegan en abanico y vuelven siempre a la necesidad del puerto madre. En él depositan las olas rotas a su paso, los cambios de viento, la tormenta. A él traen el canto de pájaros exóticos, a veces de sirenas varadas en playas deshabitadas alfombradas de cangrejos. Pero vuelven siempre a la necesidad de recordarse y al placer de los acordes que acompañan un poema en si bemol.


Apareció de pronto una goleta adornada en blanco. Dos palos desperezándose y un cielo al que mirar. Por la borda las manos señalaban la dirección de la risa y el sobresalto que provoca el reencuentro. El mar tenía entonces ojos para mirar. Y no llovía.






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