domingo, 5 de julio de 2009


El argonauta selló por fin el cofre. Allí quedaron para siempre las rutas trazadas sobre pergaminos húmedos en los que se apreciaban sin dudas el paso de las tormentas y la luz del sol amaneciendo los días de sed y de cansancio. De Colcos regresaba con un fotograma en blanco y negro, una banda sonora minimalista y la imagen nítida de un protagonismo en femenino. El vellocino en el bolsillo protegido apenas por el sudor de un cuerpo desatado, inconexo, apátrida del reino de los cielos.
Argos respira el aire en sus velas que son pulmones radiantes. Argos retiene en sus ojos la imagen del mar avanzando de la tormenta a la calma. Argos vigila el sueño del argonauta en medio del desespero y el gozo. Quedan las manos pegadas al timón, queda el silencio por resurgir, queda muy poco tiempo para sucumbir al deseo después del vino y las viandas, quedan los motivos con los que encauzar la diáspora insistente de las ideas fugaces.
El argonauta sabe que la locura es más común que el miedo y elimina de su entorno las menciones honoríficas y los telediarios salpicados de sal y pena. Navega. Sobre las rocas, lejos de la arena, en primavera, depositó los ojos en sacrificio y de su ceguera obtiene las coordenadas ciertas del rumbo fijo. Una costa con tierra a sus espaldas, con manos que acarician y gritos y llamadas. Una costa en la que instalar el faro incandescente. Costa con huellas, innegable rastro del regreso a casa, al calor de las manos en las manos, al deseo, al imperceptible sobresalto de un niño que ha dormido. Al tiempo que le queda.
En Colcos se ha quedado el fin de los diluvios, la esperanza del fin. En la nave, descalzo, corretea de proa a popa, el espejismo de un niño en el paisaje con las manos escondidas, el rostro en abstracción, lágrimas en los ojos. Y el argonauta estimula su propio corazón con gritos que pretenden romper en mil pedazos la urna que recubre el mar, el firmamento, la nave, al niño. Cristales a través de los que mirar. Miradas que no pueden franquear abismos. Precipicios desde los que zarpar hacia la noche.

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