sábado, 4 de julio de 2009



Acometió el viaje con la certeza de un regreso feliz. Tuvo el sol de cara y alguna pesadilla. Si lo hubiera pensado mejor habría decidido variar el rumbo, brújula en mano hacia la esfera. Pero el hombre no acierta a recomponer el talle cuando se aferra a lo indispensable. El hombre descifra cábalas como quien transgrede la inmensidad del horizonte antes incluso de la prevista tormenta. El hombre, visto de cerca, es un volcán inminente, la consecuencia del caos, la sucesión de fotogramas con globos de colores en búsqueda.
Del mar extrajo la posibilidad de inmersión, y con ella el aislamiento. La cerrazón llevó las velas en dirección al miedo. El miedo derivó en pánico. Y el mar estaba en calma. “Cuando observo las manos las siento tan cansadas que apenas les permito el gesto leve.”
Encallado en las rocas de una costa sin límite, con el terror a bordo, las velas tensas, preámbulo de palo mayor en quiebra, el argonauta supo que también el ritmo constante de un corazón alerta podía saturar el pensamiento efímero. Cerró los ojos en busca de quietud, pero la oscuridad no llega nunca cuando el dolor se abre paso entre las jarcias.
Antes de zarpar no tuvo la visión de lejanía que proponen los faros en la noche.
Alredor silencio sobrevolando, como aves que la altura hace diminutas y se alejan. Como la nada en el firmamento si hay luna llena. Las naves silenciosas reavivan la intención de morir entre las flores. Sin rastro todavía del vellocino en Colcos.

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