domingo, 2 de agosto de 2009

Como de costumbre


Cuando W.B. apuró el trago sabíamos que algo iba a ocurrir. Estábamos atentos, protegiéndonos de hipotéticos movimientos desmesurados. En el fondo temíamos su mirada, no la de todos los días. No. La otra, la del loco que no quiere permanecer más tiempo a la deriva, pero navega sin ancla. Entonces sentenció con aquello de “¡no, por favor, que no vengan los de la coca cola!” y las miradas que hasta entonces temían empezaron a dudar. W.B., al final, como casi siempre, se miró en los espejos detrás de la barra, ignorando el cuerpo rollizo de Bat, la mirada ausente de Bat y las manos pequeñas de Bat dedicadas por completo al arte inverosímil de la transustanciación.
Si las calles son largas por definición, tal vez infinitas, esta noche eran líneas discontinuas por las que transitar despacio. Con Tom se acercaron al whisky y permanecieron hasta la madrugada. El humo sobre las cabezas y los espectadores pendientes de la próxima incongruencia. Los telones casi siempre son de fondo.

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