sábado, 1 de agosto de 2009



Espacio abierto. El guerrero sale a recibirme y entiendo que le queda poco tiempo. No conozco las maravillas que describe, los restos de batalla que trae adheridos al cuerpo como metralla de flores. Después de un descenso lento intensifica la presión en los ojos. Duele la mirada en los meandros mientras el cuerpo recupera los restos de aire que el viento disemina por playas blancas como nubes.
El guerrero se aferra a la última conquista consciente del holocausto que quiso evitar. La mano tiembla si tiene que pensar. Los ojos saben que la lluvia y las lágrimas no tienen conexión en lo infinito. Son paralelas sin ecuación, por si ocurre que los dioses prescinden esta vez de la alegría.

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