miércoles, 9 de septiembre de 2009

Marinero solo

Prefiero las transparencias, las emociones líquidas y el silencio alrededor. Hay figuras con rostro que se acercan en busca de caricias y se detienen invadidos por el frescor de un jardín verde. Rostros esculpidos en lo imprescindible, en la necesidad misma de intercambio. Los veo llegar sin análisis, con la frialdad de quien no se mantiene alerta y grave, desde la distancia. Pero se acercan sin que mis manos puedan interponerse entre las suyas y el aire, y me tocan, me palpan con los ojos cerrados, me rasgan las ropas presentando mi desnudez a un universo que ayer aun no reía. Son rostros con pretexto, con motivo, sin desgana.
Desde la desnudez camino por si el movimiento vence. El movimiento no siempre atrae a la distancia. La distancia es más lejana en movimiento. Me pierdo entonces en laberintos que, de saberlo, habría evitado. Y siempre llego. Y marcho. Vuelvo.
Preferiría un rayo de sol o una tormenta, pero se precipita el tiempo sin que pueda evitar el poder de los eclipses, emprender de nuevo viaje desde el desierto al río que muere en otro río que desde otro llega a un mar, enfurecido a veces, en el que la nave espera la mano decidida de un marinero solo.

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