miércoles, 30 de septiembre de 2009


Regresan las naves pero el corazón se queda. La isla lo retiene y se apodera del ritmo que mantiene la vida en sobresaltos. Naves ligeras con la mirada en retroceso, la mirada de quien aun no han llegado, de quien asume la distancia como método para el sentimiento. En pleamar nacen historias.
La estela no está en el horizonte. Allí quedan las velas imperceptiblemente quietas y, en ellas la distancia por recorrer y el hombre que desde lejos asaeta el viento con palabras intensas, onomatopeyas del pasado servidas en copas finas que asisten al banquete de los dioses.
Regresan las naves y el argonauta queda a la deriva en tierra, con el silencio encadenándose al pie derecho, con la mano cubriendo el sol un poco menos y el rito de la vida sobre la espalda. Hombre con flores en el pecho. Reencuentro de espacios. Imperturbable y rítmico latido que todo lo amenaza

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