miércoles, 23 de septiembre de 2009

A veces veo venir el tiempo y lo espero sin resignación. Con ansia. Lo veo acercarse como se acercan las cosas que no nos pertenecen. Y trae recuerdos que nunca he sospechado, con pantalones cortos y árboles altos. El tiempo en medio de la ingravidez que me rodea es, a menudo, la razón última por la que sobrevivir. Convertirlo en pasado cuando aun es futuro es la fórmula mágica para retener el presente y no sucumbir a la historia.
Cuando llega lo siento a mi mesa, al tiempo. Y le sirvo en manteles y loza fina; frutas y verduras que cambian de color y se marchitan. Come con avidez porque siempre, desde siempre, el tiempo ha necesitado el alimento. Se nutre de presentes, del tuyo y del mío, el de Sandra, Julia y Mari Carmen, del de Cesar, José Luís, Martín y Carlos. Su alimento es lo que aun somos por haber sido desde el seremos.
El tiempo te rodea y te da besos; es elástico como la piel de un vientre lleno de mujer y suave como el amanecer. Es necesario y sutil. Es la pasión del día en su transcurso.

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