viernes, 4 de diciembre de 2009

Cuentan que ha sido una muerte dulce, tranquila, sigilosa. Se acostó a esperarla con esa sonrisa que ahora recuerdo. Ella vino despacio, se sentó a su lado y hablaron un minuto. Estoy cansado, le dijo. Colocó la mano fría sobre su frente. Descansa. Luego salieron juntos, sin hacer ruido.
Nadie esta presente el día de la muerte, probablemente ni uno mismo, pero es mejor creer que sí y tener pretextos para imaginar lo inimaginable, lo único, aquello que nadie puede compartir con nadie. El momento que se me antoja azucarado y que cada uno degusta únicamente consigo mismo.
Su recuerdo estará siempre asociado a una pequeña pieza de pan de trigo el día de Pascua. Tan poca cosa que parece imposible que pueda desencadenar recuerdos y sensaciones durante tanto tiempo inadvertidas, Una pieza de pan que esperaba como un tesoros. No había juguetes ni regalos. Había algo más importante, un reconocimiento de tu existencia, un decirte al oído: Pienso en ti. Sonreír y volver a vivir un año más.
Le recuerdo como romántico a su modo, capaz de empresas impensables. Innovador dentro de su tradicionalismo, defensor a ultranza de la familia. Especial.
Alguien en estos casos debería forzar los sentimientos para que salieran a gritos y no quedaran escondidos en el silencio. Reconocer que estas triste porque se ha ido cuando tu creías que ya no estaba. Se ha ido y te das cuenta de que queda un vacío, que querías haberlo visto otra vez, acariciarle la cara poblada de esa barba punzante con la que te encontraste la última vez que le viste, una de las pocas que le besaste desde que te calificaste a ti mismo de hombre adulto. Al final, en un segundo te das cuenta que estuvo ahí siempre, sin pedirte nada, solamente dispuesto y que sus riñas, su autoritarismo, no era más que un rol aprendido en una sociedad concreta. En el fondo padecía el cáncer del romanticismo; capaz de enamorarse de un árbol que había plantado su padre, feliz por que su nieto le cuenta un chiste, orgulloso porque le quieren…
Puede que con el tiempo cada uno elija el grupo al que sin querer estuvo queriendo, una familia. Y mi familia ha sido tan pequeña... Había otros, pero en el fondo no tantos. He amado a Candida, me parecía tierna, adorable, valiente; nunca he retenido nada de lo que de ella me contaban. Solo existían aquello que yo había vivido; solamente mi criterio, lo demás no importa. Lo he amado a él y me duele pensar que él no lo sabía.
Si yo pudiera creer en el más allá estaría seguro de que los dos están juntos, viviendo esa segunda vida, sonriendo y pensando en nosotros, en mi.
Lo seguro es que yo los tengo y me obligan a hacer y a pensar cosas. Me obligan a recordar a pretender revivir lo que ha pasado a lo largo del tiempo. Me obligan a reconocer que les quería desde mi frialdad, mi distancia y mi silencio.

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