jueves, 15 de octubre de 2009

De la soledad

Si la razón me dice el momento de la aventura, la sin razón me vuelca en ella. Y quedo así sumido en la más profunda de las dudas. En el sí o el acaso. Una forma de estar perdido dentro de la apariencia de fuerte y vital.
Las soledades son, a veces, una forma de ser. También necesidad. Incluso pretextos para vivir. Las soledades son lo que queda después de que la sin razón me lleve a la duda. En ellas olvido mi dialéctica y escondo mi sonrisa cuando no se si seguir o regresar. En las soledades, las que quedan después de que desvelas el misterio.
Tengo en la soledad, a la vez, el enemigo y el amigo más incondicionales. Me hace naufragar para luego rescatarme y pretende de mi lo que yo no sé si puedo. En la soledad me escondo cuando tengo que llorar, porque también los fuertes lloran y sienten placer, y euforia que contagian a quienes le escuchan.
En mi soledad hay agujeros negros capaces de devorarme entero, pantanos profundos y selvas intransitables como avenidas rotas de ciudades monstruo. Hay cacerías y órganos vitales afectados. Deseos interrumpidos por lo que ya no queda. Es mi soledad y con ella avanzo hacia donde creo poder rescatar el paraíso que sin duda existe.
De la soledad salen los criterios que perduran y los contenidos amorosos con los que disfrazar la dicha. De ella aprenden los transeúntes a prever el futuro y despejar el presente. Con ella se acuestan los creadores, ejecutivos y curas, prostitutas y conserjes, ministros y viandantes.
Mientras permanezco aquí: perdida la mirada y el corazón muy lento. Esperando. Sintiéndome ausente del contexto. Sintiendo que me faltan las comillas que me aparten de la idea inicial. Permanezco alerta, con la inseguridad de los que ya no saben cual es su función en la cadena.
Una historia de amor es solo un verso. Si lo escribes corres el riesgo de perder la historia. Por eso yo quisiera prolongarlo tanto en el tiempo que fuera eterno. Disfrutarlo hasta el fin. Sentir que no se acaba y cada palabra es otra caricia. Un verso incapaz de dormirse, indestructible, casi animal. Y así, una historia nada fugaz; un deseo reprimido de mantenerse a flote y saberse correspondido.
Pero siempre surge la duda. Aquella a quien los filósofos atribuían el poder real. De la duda sale el conocimiento. Dudar para saber. Pero en mi la duda no es sino la mas infame forma de indecisión. La duda me trastorna y me atenaza. Me siento, con ella, como individuo desencajado en camisa de fuerza, con frío. La duda me tambalea y caigo como las hojas de otoño. La duda es la sentencia de un silencio aterrador.
Y después de la duda siento un vacío. Se me rompe el cuerpo y las palabras, entrecruzadas en mi garganta, ahogan el deseo de decir y ya no puedo ni seducir ni ser poeta. Me lleva a laberintos de los que no se salir y me coloca en medio de un desierto sin sol.
De mi locura queda entonces solo el deseo de no llorar y la agonía lenta de quien esta perdido.

2 comentarios:

  1. Acabo de llegar a tu blog, magnifico, bellisima forma la de sentir y sobre todo de expresar...

    besotes de esta peke.

    pd. te espero por mi rincon con tu taza de cafe siempre que quieras...

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  2. La soledad alimenta al espíritu aventurero, la duda nos ayuda a cuestionarnos, pero si permanecemos en ella, nos delata en nuestra incapacidad de valorarnos. Confiemos más en nosotros mismos y dejemos al espíritu volar en libertad para que nos de las alas que con tanta frecuencia nos cortamos o nos olvidamos que tenemos...
    Nada permanece, todo es cambio...
    Un abrazo :)

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