miércoles, 25 de noviembre de 2009

En la distancia reconozco el andar pausado de un hombre sin frecuencia. Mira sobre los cristales, recuperando el tesoro de la luz que necesita. Un hombre que al acercarse es aun más menudo y desprende mas ternura. Su Dulcinea espera y él le brinda la posibilidad de la locura a lomos del incansable Clavileño, surcando con el vértigo un cielo inmenso, sintiendo como el sol penetra por los poros, adentrándose en la fascinación y el reencuentro con lo que al fin es vida. Él sabe que la historia no tiene el final que escriben los autores, y que en cada capitulo se interpreta un fragmento de los sueños que son la vida. Ella, impregnada por el deseo de saber que la sonrisa esculpe los abrazos, se aferra a la cintura escasa del caballero insomne y vuela sintiendo la presión del cuerpo con el cuerpo. Clavileño sabe que ahora transporta la ternura tan alto como la ilusión decide y se interpone entre los monstruos y las esferas, recorre constelaciones espoleado por la brisa en amorosa danza con una cabellera larga, negra, sutil y frágil.

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