miércoles, 16 de septiembre de 2009

Guti

Ya sé que veinte años es mucho tiempo, pero causalmente, rebuscando en la buhardilla, he encontrado una castaña, una castaña de oro que de seguido te trajo a mi memoria. Veinte años después, ¿te acuerdas? Aún te veo venir por la calle moviendo tus rizos, asustando las motas de polvo que rozaban tu cara. La traías en la mano, presionando suavemente, tratándola con calma, como a un pájaro pequeño. Cada vez que la miro siento como caía la lluvia y veo un cuarto luminoso con risas y colores, músicas, cortinas y el patio de enfrente, junto al campo de futbol. Había, sin embargo un algo de silencio que te hacía invulnerable. No sé si con tu risa, o con tus ojos, tus manos, el cuerpo entero, pero siempre acudías presto a refugiarte en el interior de tu guarida sagrada, siempre la mano cerrada con el fruto de tu creación resguardado de toda maldad. Ahora que la veo siento de cerca aquella sensación, aquel ir y venir del embolo sobre tu brazo, el elástico gris subido a tu bíceps, los ojos en ausencia y la oscuridad de la estancia. La colocabas sobre la mesa y la veías brillar, sé que le hablabas, que incluso le rogabas. Era el testigo mudo de tu paso gradual por el planeta, tu cómplice, la señal de alarma.
Uno noche te encontraron en la acera y te llevaron a visitar los quirófanos de la muerte. Mostraste orgulloso tu castaña de oro, enseñaste al mundo el fruto que con tanto placer guardabas debajo de tu almohada las noches de cansancio. Desafiabas al planeta porque tenías el arma de la vida y, al final caíste. Un sueño largo, profundo, ingrávido. Una sensación de ahogo, una distancia. Un pretexto para no seguir, para quedar en el camino sin bolsa de viaje. Te quedaste sin más, mirando el horizonte, la mano cerrada y el brillo entre los dedos. Abriste un instante los ojos y al verme, con una sonrisa sin ritmo, tendiste la mano, tendí la mía y me la diste. Luego ya no estabas.
Veinte años son mucho tiempo cuando debes guardar la simetría que no es sino seguir las pautas. Veinte años de ausencia mitigada por la caricia luminosa de la castaña de oro que te lleva y te trae, que te muestra a veces en los cines, los bares, el lago del Retiro o el puente de los franceses. Te ha traído de pronto con la nieve, con el sol, con el silencio. Y tú has venido como quien llega a la feria, subido en la noria del deseo, subido a lo más alto, sonriendo en la distancia. Y te vi llegar y ya no estabas.

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