miércoles, 7 de abril de 2010

Trece pasos no eran un motivo, eran mas bien una necesidad y se aferraba a ella como quien no quiere dejar que el alma escape. Eran la constatación de que el tiempo transcurre, la irremediable imposibilidad de calma. Antes, cuando el ruido de los motores impulsando los coches que se enfrentaban al cambio inesperado de rasante no era más que la rutina de la cual nutrirse y tomar aliento, existía la distancia pero no la medida, existían las voces por el patio de luces ascendiendo con el cansancio de una mujer de negro que ya no quiere saber si hubo guerras y a la que le importa el olvido, la ida y no el regreso. Voces que alimentaban la imperiosa necesidad de las presencias que se traducían de nuevo en voz, o en susurro y algunos silencios, como si el círculo fuera la verdadera alma de la existencia. Pero ahora son trece los pasos que sustituyen a una escalera in crescendo, oscura y con recuerdos, preludio de los miedos y las penas. La oscuridad ha traspasado los umbrales de la puerta apoderándose de la energía vital de un pasillo largo con paredes desconchadas y cicatrices en el techo en donde el tiempo se hubiera detenido a poco que lo intentara, donde la mujer de negro, la vieja, ni siquiera trata de descifrar el significado de los silencios ni la fragilidad de un día de agosto atenazado por el calor sofocante que, desde el río, sobrevuela tejados y corona la ciudad con el manto gris característico de los momentos de indecisión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario