martes, 6 de abril de 2010

Es de suponer que alguien, cuando decide escribir sus memorias, o bien tiene muchas cosas que decir o poco tiempo. Pero no es menos cierto que muchos han utilizado este pretexto para sacar lo que no entendían o para recordar lo que el tiempo ha ido borrando con esa languidez propia de la niebla que ha recorrido la infancia. No sé si la falta de recuerdos es algo común a todos los humanos o si es un caso excepcional o esporádico. El comentario habitual de que los recuerdos, con la vejez están más claros, en mi caso tiene dos lecturas o, mas bien tres. Uno, es mentira, dos hay poco que recordar. Tres: no soy viejo.
Pero siento una necesidad a veces apremiante de recordar. Es como si necesitara saber quien soy y de donde vengo. Una frase muy socorrida es la de que “no hay que olvidar de donde se viene”. Lo creo con toda firmeza pero, después de pronunciarla, cuando el eco de su significado revolotea a mi alrededor, me pregunto de donde vengo y no sé que contestar. Incluso a veces tengo las impresión de haber creado un pasado, de haberlo incluido en mi como parte de lo que soy, haberme adueñado de él. Una sensación teatral de mi pasado.

1 comentario:

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