jueves, 8 de abril de 2010

Teresa estaba arriba, sola consigo misma. Esperaba. Se sentía observada por rostros en blanco y negro que, desde la pared eran testigos de encuentros y fugas. Fotografías estáticas pero vivas que trasladaban la mente a noches de sudor y sentimiento. Miradas en guiño, manos que acarician instrumentos absorbiendo las vibraciones y trasladándolas al gesto. Mañana, temprano, Wait Mathews se sumará a la corte, frente a la escalera de madera con barandilla torneada, justo en frente. Podrá observar los transeúntes a través de la cortina transparente, podrá ver la lluvia, sentir el frío que entra por la puerta. Será testigo de manos que se acercan. Aquella blanca que ahora se esconde en el guante de cuero, la otra recia, asiendo con fuerza el paraguas. La caricia de aquella otra, trémula, sujetando la puerta con delicadeza, como no queriendo entrar. La que se posa en la otra piel en busca de calor. Las manos cuando menos reflejan el estado de ánimo, son la radiografía de lo que el rostro no es capaz de decir cuando las palabras se ausentan. Ese era su sitio, su parcela de historia, el reflejo de su existencia y el eco de sus melodías.
Hoy también vestía la falda larga. Martín tenía debilidad por las faldas largas y ella lo sabía. Estaba distraída, perdida la vista en ninguna parte. De la taza salía una diminuta columna de humo. El vapor. Té verde con limón y miel. Así de complicada era Teresa. Té verde con limón y miel. El pelo resbalaba por su cara y escondía las ganas de decir. Martín recordó aquella noche en la discoteca Paradise. Ella llegó con el aire subido en los hombros, mirando alrededor, sola. Él estaba ausente. Se acercó y el perfume desempolvó en sus pituitarias una alerta. Cuando se miraron la calma fue total. Ella mantenía la sonrisa. En el reservado le contó la importancia del lenguaje de las piedras, de la arena, las rocas, el agua. Todo estaba escrito en la piel de la tierra. Todo el pasado. También el presente y seguro el futuro. Al pensar en el futuro regresó al pasado, como excusa para mantenerse en el presente. Las paredes oscuras de la discoteca eran, para él, el corte perfecto, allí encontraba los signos precisos para mantenerse en guardia pero vencido. Se sentía perdedor agradecido, emocionado y débil ante unos ojos alegres que desde la penumbra le observaban. En la oscuridad, sentados en aquellos butacones de skai rojo, ella escuchaba. Allí le contó de las grandes glaciaciones aocámbricas y de los eucariotas microscópicos, la aparición de los invertebrados marinos y los primeros peces. Le contó como surgieron los anfibios y la formación de los grandes bosques del carbonífero. De Pangea, el continente único y como en el Jurásico empezó a separarse. Le habló de los cocodrilos y tortugas del Eoceno, del homo habilis, del sapiens. Le habló.
En el reservado de la Paradise conoció a Teresa y dos años después tiene pendiente decirle que ella se queda, que no dejará que se marche, que todo gira entorno a ella y que los trece mil quinientos millones de años del sol, le parece menos importante que dos minutos de su sonrisa.
Teresa sonrió.

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