sábado, 6 de febrero de 2010

Cesar

Veinte años son ya mucho tiempo, cada uno de ellos ha pasado dejando un poco de caricia pegada a nuestra piel, han traido la risa de la primavera y color de las flores ya marchitas en otoño; han dejado pasar frente a los ojos imagenes del cosmos en desánimo y al final han vuelto a sentarse a nuestro lado en el banco de madera junto a la iglesia. Veinte años no son pretexto para echarte de menos. Veinte años como quien sube al tranvia y ve pasar ventanas con cortinas, buhardillas con sonidos, ojos detras de escaparates y la luna en pie de guerra.
Al subir, ayer, despacio, te vi sentado en la escalera, esperandome. Tenías en la mano el brillo de los siglos como alimento y mantenias los dedos apretados en espera de alguna pregunta que no llegó. Nos miramos con aquella forma tan nuestra de mirarnos y apenas con un guiño nos metimos de lleno en la posibilidad de crear. Siempre la mano cerrada, saliendo por entre los dedos los rayos de luz que aun hoy ¡ ya veinte años! me iluminan la sonrisa.
Tengo que admitir que me he distanciado y necesito ahora volver a estar más cerca. Reconozco que no siempre estuve contigo y que casi he llegado a olvidarte. Al final siempre volvias con tus rizos despeinados a sentarte en la escalera, la mano cerrada brillando.
Desde aquel casacrón de pino que queria ser barco hasta las olas que han partido, siempre tu presencia fue una lucha. Demasiadas guerras en tu figura pequeña. Demasiado silencio te ha rozado de cerca. Demasiada vida para digerirla en un instante. Siempre tu presencia fue una lucha y en ella no sé si ganamos o perdimos. Te has ido un día con la mano cerrada brillando. Me quedé detrás, mirando tu estela y en reposo. Pasaron las canciones a mi lado y se formaban grupos de ilusión que te aplaudía. Un día no te vi y tuve miedo. Necesitaba buscar el destello de la mano cerrada para guiar un poco los recuerdos y adecuarlos a mi mismo. Somos un recuerdo constante atando los zapatos.

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