viernes, 23 de abril de 2010

A menudo me esfuerzo en recrear vivencias cuyos bocetos están en mi cabeza, desarrollarlas para revivirlas. Entonces me ofrezco en sacrificio a las palabras, para que desde mi reconstruyan el universo que no alcanzo. Las palabras han sido siempre mi albergue preferido, en ellas me pierdo y me encuentro, con ellas mantengo el secreto y miento o digo verdades, en ellas me interpreto. Son mi salvoconducto y mi escudo, la pasión, son lo accesible y lo imposible. Ellas se dejan llevar, se ofrecen, se hacen río que desemboca en un mar con muchos ríos. Allí se confunden las aguas de unos y otros, gritos alborozados, suspiros, risas, miradas, gestos, estaciones. Consonantes y vocales entremezcladas sin sentido, expresiones fugaces, imparables, exactas pero no reales. De no ser por ellas, las palabras, otro sería el devenir de mi existencia. En momentos de calma encontré en el bolsillo morfemas satisfechos, en la excitación mutaban hacia lo indeciso, pero siempre a mi lado. Pude saber del dolor, del amor, la pena, la nostalgia, la alegría, la amistad, la guerra. Y pude dialogar conmigo mismo sin el deber de enfrentarme a quien soy. Las palabras fueron siempre, el rival que me motivaba hacia una victoria infalible, mi excusa a veces. Ellas tenían el poder de ser mi yo, de decir lo que mi voz era incapaz. Mi voz rara vez expresa lo que siente, pero desde el anonimato de la palabra escrita, esa misma voz, muda acaso, es un cuerpo retorcido que entra y sale desde lo más profundo a lo más superficial, que disimula y corrige aquellas reacciones que no controlo y me permite la supervivencia.

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