domingo, 31 de mayo de 2009


Es imposible recoger los fragmentos. Ella lo sabe y se apresura. Desde la puesta de sol no quedan más que partes inconexas de recuerdos en desuso. Se hace imprescindible la ausencia de Dios e innecesaria la reencarnación de las almas. Se siente aturdida y duda ante la imagen de un niño sin sombra en busca de preguntas. Una palabra escrita en la pizarra puede transformarse en tormento si llega de muy lejos. El hombre de la risa ha decidido resucitar, se disparan las encuestas y sobrevive la amenaza. Ella, el niño y el miedo recorren el desierto de la sinrazón apresurando el paso que deja atrás la rabia inmensa de una explosión sin orden. Rumores de fiesta detrás de las dunas; banderas, confeti y aplausos desbocados. Ella, el niño y el miedo no quieren olvidar las noches en silencio ni quieren prescindir de los abrazos.
Hay hombres con trajes subidos en coches negros y manos moviéndose sobre las cabezas mientras un perro dormita bajo el árbol. Hombres que recorren avenidas, que suben escaleras y abren las ventanas procurando que el aire viciado se pierda en las aceras, lejos de la piel.
Hay hombres que aún no saben que han desaparecido el árbol, el niño, ella y el perro. Ha quedado el miedo como respuesta, como pretexto, en cada esquina.

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