Estar de vuelta y llevar cargados los bolsillos. Abrir ventanas y ver de nuevo el mar. Sentir la densidad del aire antes de sumergirse en el agua. Apretar los ojos que sufren con la luz. Y dejar que el tiempo asome por el balcón como una mariposa que se escapa.
Con el regreso las imágenes se arremolinan sin remedio, procuran el filtro del tiempo y la distancia, el análisis de la razón sin compromiso. Pero no huyen. Ni siquiera pretenden resucitar sensaciones, emociones, risas. Son testigos de lo que necesariamente había de ocurrir, de lo que ocurrió.
Hace 4 años
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